| Habían pasado diez años desde mi partida de Argentina y en ese tiempo se fue agigantando mi “morriña”. En el tiempo y en la distancia veía la casa familiar como una gran casa de pueblo con la sombra fresca de los árboles del patio, con la huerta de mi madre, el gallinero el frontón que alguna vez fuera centro de reunión y de apuestas como complemento del bar “La Armonía” de José García que era mi padre, y también territorio indígena para el niño fantasioso, gimnasio del adolescente y alguna vez refugio oscuro de alguna primera aventura amorosa. Un buen día me confirmaron el ansiado retorno y respondiendo a las primeras emociones en mi pecho por la noticia escribí esta canción. |
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