Los seres humanos somos los animales que mejor respondemos a la teoría de Pavlov, pese al ejercicio del raciocinio porque somos un compendio permanente de rutinas y respondemos a ellas según impulsos y señales precisas. Al sonar el despertador, esa pequeña máquina cotidiana de tortura doméstica, saltamos de la cama y rutinariamente comenzamos a movernos respondiendo más a la costumbre que a nuestras necesidades inmediatas. Ducha, desayuno igual todos los días salvo pequeñas variaciones sobre el mismo tema, corbata, cartera, beso y a la selva a luchar por la supervivencia, metro, autobús, oficina, reloj, ficha, saludo vago, mesa, trabajo acumulado durante toda la mañana, un par de idas al lavabo respondiendo a necesidades naturales y al mediodía otro impulso que anuncia la hora de comer, sándwich o bar de enfrente y vuelta a la mesa ordenes del jefe (ah si pudiera lo mataría a ese cabrón), alguna charla intranscendente de fútbol con algún compañero, algo más de trabajo, “esto lo dejo para mañana”, esto ya está y finalmente el impulso que indica el final de la jornada, carreras, metro, empujones y finalmente, las eternas escaleras (mira que le dije, mejor una casa con ascensor, pero ella no, total un par de pisos hasta es bueno para hacer ejercicio y con la diferencia de precio lo amueblamos) y ya por fin en casa y el resto a modo de manual de uso como explica la canción. Hasta el tiempo del ocio es rutinario porque cuando uno cae en manos de la rutina esta se apodera totalmente de nuestra vida porque vivir rutinariamente es mucho más fácil y cómodo que hacerlo de otro modo. |
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