La historia de Juan Golondrina es lamentablemente la misma de miles de niños que en este mundo cada vez más sofisticado y abundante en asombros, nacen, crecen, sobreviven (algunos), y mueren en la calle, sin techo sin afectos, es decir, sin hogar y sin que a la sociedad, salvo específicas excepciones le importe demasiado. Creo que el texto de la canción relata con bastante fidelidad la historia de un niño que es para vergüenza de todos los seres que nos sentimos civilizados, una historia plural.
Voy a sumar a esta breve explicación una carta que me hubiera gustado recibir, pero que nunca recibí.
No importa desde donde ni la fecha.
Querido amigo:
Después de tanto tiempo te escribo, desde una libertad que ya no tengo y con el amargo sabor de tener que decirte, que a lo mejor tú tenías razón.Ya han amanecido mis primeros veinte años y con ellos, la nostalgia de un tiempo que fue mejor, pese a transitar la vida como "un globo que ha escapado y se lleva el viento" o como un "niño errante", pero con una fe que ya no tengo. Las sórdidas paredes de esta celda, conclusión de una larga marcha por los estrechos caminos que el destino me ha ofrecido, son el testigo mudo de mis lamentos y mis quimeras. En la densidad de mis recuerdos, aparece luminoso, mi "chaquetón raído y mis maracas", mis trece años de peinar la calle , a bofetadas con la suerte, caminando por "el canto de una moneda". Aquella espera larga en el teatro de los Insurgentes, donde te conocí y donde, con la insolencia de quien no tiene nada que perder, te dije:
"Yo también soy cantor, canto en los autobuses, en la calle o en la entrada del Metro".Después aquella oportunidad de ser como los demás... una familia de las llamadas "bien", una escuela, buena ropa y comer todos los días. Realmente, no sé lo que pasó, quizás haya sido mi desparpajo o quien sabe qué otra oculta razón, lo que provocó un enfrentamiento tan radical con la hija mayor de aquella gente—apenas dos años mayor que yo—pero mi permanencia en el seno de la casa, se hizo imposible y volví a la calle. Nuevamente el, temor a la camioneta policial, gestora de la acrobacia constante para evitar el re-formatorio, que aunque así se llame, no pasa de ser un for-matorio de rencores y miserias. Luego, otra vez tú y el homenaje de tu canción, que pro-vocó más vergüenza y ternura que los miles y miles de Juanes Golondrinas, como yo que habitan las ciudades y pueblos del mundo. Otra oportunidad y otra vez la in-comprensión como protagonista verdadera. Te juro que na-die me dijo lo que tenía que hacer ni cómo lo tenía que ha-cer. Por tu canción, me había vuelto popular y era un exce-lente motivo para tocar la sensiblería de la gente, tan a flor de piel cuando se trata de niños vagabundos que muestran por televisión. Parecerla como si todos quisieran ser testigos de un mi-lagro gratuito y doméstico. Tú sabes, como yo lo sé ahora, que ese tipo de milagros, no existe; que el único en el que podemos creer, es en el "milagro de cada amanecer". No estaba preparado ni me prepararon para aquella experiencia y lógicamente, la calle volvió a ser mi receptora.
Después de aquel encuentro en una de tus actuaciones en donde de nuevo gocé de tu hospitalidad y de tu ayuda. Tal vez fuera especulación, no lo sé, pero te diría que por sobre todo, era mi desesperación al sentir por instinto, que seria la últi-ma vez que estarla a tu lado, lo que me llevó a simular el "suicidio", tratando de tirarme por la ventana de tu cuarto en el Hotel del Prado. Tu bofetada, amigo, fue quizás el acto de ternura mayor que he recibido en mi vida. A partir de aquello, como si de un canto rodado se trata-ra, comencé a deambular por este México de mis pesares. Guadalajara, Aguascalientes, Hermosillo, Tijuana, sobrevi-viendo como podía y de allí, como es natural y yo diría, irre-mediable, pasé al otro lado, como la mayoría, de forma ile-gal. Me detuvieron y me enviaron de regreso y otra vez y otra vez. Fue en aquellos trances, cuando nos vimos por< |
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