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ALBERTO CUMPLEAÑOS 
    ALBERTO CORTEZ CUMPLE AÑOS
    JUNTO A LA CHICA DE LA BICICLETA ROSA

    Alberto cumple 30 menos que la Aparicio en "Mamà cumple 100 años" la recordada película de Carlos Saura. En La Cañada se està muy bien, fuera hace frìo aunque el sol de marzo lo inunda todo. Ya se sabe que en estas celebraciones nadie quiere sentarse a la mesa el primero, pero por una vez doy ejemplo porque quien asì me lo indica es Renata, la compañera eterna del ya cèlebre Cortez. Además, ha tenido la amabilidad de situarme a su izquierda. A la mìa, Jesùs Chausson, viejo luchador de los tiempos en los que el catch era, como dice el maestro Garci, show-business, además de espectáculo precursor del pop, debido principalmente al extravagante atuendo de Zigulinoff, anunciado en los carteles como el pastor búlgaro.
    Frente a mí, en el centro geométrico de la mesa como si se tratara del mismísimo tercer ojo del comedor, Mirta, la exquisita asistenta y amiga de la pareja Cortez-Govaerts, la mujer que a todos nos gustaría tener a nuestro lado entretanto la vida se ocupa de apuñalarnos. Mirta es menuda y enormemente hermosa a pesar de que incluso para ella también pasan los años, delicada y siempre acertada y medida en sus comentarios, además de ejemplarmente risueña, que esa es una cosa del alma. Alberto se encuentra a su izquierda mientras a su vez a la izquierda de éste se sienta Angel, la mano derecha del maestro Cortez en sus actuaciones musicales. Al fin he encontrado un lugar en el que las izquierdas y las derechas no andan fingiendo golpearse todo el tiempo.
    Cuando se me ha cruzado la anterior reflexión, estaba a punto de decir que Angel es un personaje magnífico, alto, afectuoso, de cabellos canos, largos y rizados, bigote y amplia perinola que más bien es casi agreste barba. Viste un jersey de un color que solo podemos recordar quienes hemos jugado durante nuestra infancia con aquellas canicas de arcilla y mil tintes distintos entre los que se encontraba el del jersey de Angel.
    Algo más de cuarenta personas sentadas alrededor de una mesa en forma de T en la que se ve inmediatamente la mano de Renata, que es la viva imagen y no me canso de decirlo, de mi viejo amigo Rafa Bartolozzi, el pintor de las transparencias, quien, por desgracia, ya no se encuentra entre nosotros para seguir disfrutando de la vida y de sus pequeños placeres.
    Soy consciente de que, por más que ocasionalmente me la arrebaten otros invitados que en su derecho están, poder disponer en cierta forma de Renata durante 3 o quizás 4 horas, va a ser un placer y por mi parte no pienso echarlo en saco roto. Así es que de inmediato le empiezo a preguntar por algo inevitable, es decir que, habiendo nacido en Bélgica, por fuerza tuvo que haber tenido alguna hermosa bicicleta durante su infancia, que yo ya sé hacia donde quiero ir con mi interrogatorio.
    En Bélgica ninguna persona ha tenido menos que un par de bicicletas. Además, yo nací muy cerca del pueblo donde vino al mundo Eddy Merckx.
    Renata destapa a continuación el frasco de sus esencias vitales y me empieza a contar cosas sobre las bicicletas que tuvo, sobre los gatos de su infancia, sobre los ríos y los paisajes, auténticas acuarelas, de su amada Bélgica, a la que ella ha retratado con su estilo único en tantas ocasiones. Su recuerdo más especial es para la bicicleta rosa, el color que la enloqueció siempre, aún cuando todavía ni siquiera sabía que había existido un pintor llamado Monet o quizás todavía no hubiera escuchado a Edith Piaf cantar por primera vez "La vie en rose".
    Entretanto escucho a Renata, tomo a sorbitos y con la devoción debida el vino que ha elegido Alberto para la ocasión y que su vecino Angel escancia con generosidad de rato en rato. Buena mezcolanza la que se va formando, como si en el comedor de La Cañada se estuviera cociendo, poco a poco, una cierta menestra vital en la que no es lo de menos una morcilla de sabor intenso tirando a firme, que yo puedo asegurar que jamás he comido otra igual en los ya muchos días de mi vida.
    Luego, Renata hace un alto en su relato infantil de bicicletas, gatos, ríos y estrellas, y me cuenta que ha estado 3 meses bastante pocha.
    Solamente una especie de gripe, pero me encontraba mal. Vino el médico a casa y me recetó un jarabe infernal y yo le dije "oye, mira, o me recetas un jarabe que yo pueda tomar con gusto o hablo con Mayte y le cuento todo, o sea que me has recetado una birria de jarabe".
    Claro que Mayte es la mujer del médico y esa a fin de cuentas es la advertencia más seria que se le puede hacer a un marido que ejerza esa profesión.
    "Porque, ¿sabes?, yo negocio con los médicos, tengo esa costumbre desde siempre y no me va mal".
    Luego, Renata la actriz, alza su copa de vino para brindar una vez más por Alberto y por todos los demás invitados con un pequeño sorbito. Nada más volver a sentarse, ya incontenible, me dice:
    "Claro que me tuve que animar para organizar esta fiesta para Alberto porque estaba a punto de llegar el día y no me encontraba bien por culpa de los jarabes, que hoy me he levantado hablando como andaluza y ahora mismo todavía el vino me sabe a metal".
    Seguimos todos comiendo, cruzando comentarios entre unos y otros entretanto hablo de nuevo del vino porque lo merece con Alberto y su fiel Angel, mientras Chausson conversa con el médico de los jarabes de quien Renata hablaba hace un momento. El luchador habla con su suave voz de trueno quebrado por los golpes que el húngaro Karolyi le sacudió en su gran cuello de taxista negro neoyorkino. Tendrá que esperar algunos minutos a que la mujer del maestro decida volver a atenderme, mientras voy dando cuenta de setas, espárragos y hortalizas varias. Al fin, sus ojazos azules que ven el alma de todos sus interlocutores sin excepción, vuelven a fijarse en mí y prosigue su relato.
    "Pero tú querías que habláramos de bicicletas. Y te diré que recuerdo que así como otras chicas se enamoraban de un chaval guapo, yo me enamoré de una bicicleta rosa y mi padre me la comprò. Antes había tenido otra de color verde con dos rueditas detrás que me servían de ayuda, porque la bicicleta oscilaba pero nunca caía. Después, con mi hermosa bicicleta rosa tuve mi primera gran caída, acabé aterrizando en un jardín particular, rota entre espinas, pétalos y perfumes. Fue precisamente por esta bicicleta que conseguí mi primera cita con un chico. El estaba enamorado de mi bicicleta y no de mí, pero me hizo mucha ilusión de cualquier forma que se fijara en nosotras.
    Mientras Renata habla, pienso en que en realidad su problema consiste en que a veces tiene que dar un paso atrás para estar casi a la misma altura de tantas otras personas. Mientras conversamos, asoma la gran cámara del fotógrafo del evento por detrás de la cabeza de Alberto, mientras nos invita a que sonriamos. Como en cualquier otro momento, Renata se encuentra con la escopeta cargada y vuelve a disparar.
    "Recuerdo una ocasión en la que Libertad Lamarque me dijo, mientras teníamos otro fotógrafo parecido a ese ante nosotras, Renata, tú pon siempre tu mejor cara porque nunca se sabe cuál va a ser la última fotografía ".
    Así va transcurriendo la comida hasta que el doctor Enrique Ibáñez da la voz de alarma:
    "Pero, qué, ¿hoy no va a cantar?"
    Y el maestro, que le ha escuchado, se levanta alzando su gran humanidad, alto, grande, inmortal, y todos le miramos en silencio. Alberto tiene ganas de quiebros, de manera que vuelve a levantar la copa de vino, brinda muy sonriente, después hace un par de bromas y se va. Así es que Renata inmediatamente le coge el relevo, se pone de pie, alza su copa y se dirige a un público divertido:
    "Anteayer era el día de la mujer y hoy perfectamente podríamos celebrar el día de la lámpara, o de ", Renata traga saliva, encoge su cuerpo y lentamente vuelve a sentarse. "Me enredé, señores, me enredé".
    Un camarero impúdicamente hiperteñido hasta las cejas de un color negro azabache, se acerca a preguntarme si quiero merluza o solomillo de buey. Mientras le contesto, observo a Mirta Discreción pasando algún aviso a Alberto, que ya ha vuelto a su lugar para entonar un fragmento de una vieja canción.
    "Me gusta estar tirado siempre en la arena, o en bicicleta perseguir a Manuela". ¿Ves?, Manuela se vuelve de nuevo hacia mí, las bicicletas, otra vez las bicicletas y yo aconsejaría a las chicas de ahora que salieran en bicicleta para conquistar al chico que les interesara, como cuando yo tenía 13 años, que te daba un chaval un beso en la mejilla y no te lavabas la cara en 10 días.
    Entonces le pregunto a Renata si Alberto ha sido aficionado a pasear en bicicleta. Y ella, a su vez, se lo pregunta a él, que se encoge de hombros.
    "Yo de chaval andaba en bicicleta como todo el mundo ".
    Y Renata me aclara que, cuando fueron a vivir a Monteprìncipe, cerca de Boadilla del Monte, se compraron dos bicicletas con las que paseaban a menudo por la zona. Pero más tarde lo dejaron y las regalaron a gente allegada. Ya quedaban lejos aquellos tiempos en los que Renata era una niña rebelde que pasaba el día fuera de casa, siempre cabalgando sobre su bicicleta rosa.
    Yo no quería comer a la hora en la que todo el mundo come. Ya sabes, la edad, esa edad de la rebeldía.

    Finalmente llega la tarta. Alberto apaga las velas con facultades sobradas, mientras todos entonamos el happy birthday y posteriormente cantamos con entusiasmo que nuestro gran poeta, tanto como lo fue el gran Brassens para los franceses, es un muchacho excelente. Alberto está contento y como es lógico, sus amigos entusiasmados por verlo así. Nuestros corazones laten al unísono pidiendo a Alberto que podamos celebrar con él al menos los 80 y los 90. A fin de cuentas no es tanto pedirle a un mito de la canción y de la vida, que se acerque a la edad de la Aparicio en la película de Saura.
    Cuando llega la hora de los licores, ya todo el mundo va y viene, se levantan de sus asientos, se saludan, y nos fotografiamos unos con otros, nos intercambiamos teléfonos, mails y direcciones. Renata y Alberto atienden a todos, a tantos amigos queridos. Después, poco a poco, nos vamos despidiendo del poeta, del cantante, y también de su mujer eternamente artista, la pintora que todavía conserva como un tesoro su primera goma de borrar, la chica belga de la bicicleta rosa, la artista integral que es el complemento perfecto para nuestro poeta y cantante, ese hombre grande que hoy cumplió sus primeros 70 años, manteniendo la ilusión por vivir de un niño.-


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