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Ya once años de ´aquello´...
    Más allá de la neo-juventud que pueda depararme el tiempo transcurrido (hoy once años) desde aquellos momentos dramáticos, guarda mi corazón el agradecimiento a todos vosotros, mi familia escogida, por los malos momentos vividos a causa de mi derrumbe.
    Yo reconozco ser hombre de efectos retardados y fue después cuando los médicos me explicaron por lo que había transcurrido mi accidente cardio-vascular todo, que me di realmente cuenta de lo sucedido. Las angustias de Renata, de mi madre, y de todos los que estaban pendientes, amigos, parientes, conforman el colchón en donde ahora descansa fundamentalmente mi gratitud mayor. En fin, la vida tiene estas variaciones que te ayudan a constatar el verdadero valor de los afectos. Hoy brindaré por ti y por ti y por todos ustedes, y lo haré con la certeza de que vosotros también lo haréis y que mi madre siempre presente en mi alma se sumará al brindis con nosotros en el estrato donde se encuentre su espíritu. El brindis será por el valor de los afectos con la encendida seguridad que no amaina el amor por muchas diferencias que nos presente el camino. Es el triunfo inequívoco de la alegría sobre cualquier forma de tristeza. Esta es hija de la ausencia y del olvido, mientras que la otra es la traca más luminosa de los sentimientos.
    Cuando digo mi familia escogida me refiero como pueden suponer a todos aquellos que no derivan de una rama sanguínea sino a los escogidos por mi alma, los cercanos y los lejanos, esa inmensa Pléyades de seres que se asoman cotidianamente a mi página para hacerme saber que están allí, pendientes siempre de mi vida y de mis actos. Qué decir de los médicos y enfermeros que soportaron estoicamente mis travesuras de paciente en recuperación, porque basta que uno se sienta mejor, para creer que ya todo ha pasado y ya puede hacer de las suyas.
    Recuerdo vagamente mi estancia en terapia intensiva. Recuerdo que miraba a mi alrededor y solo veía desaliento y tristeza en todos los residentes en aquella sala y decidí intentar inyectarles un aire de esperanza y ante el asombro de los guardianes nocturnos, comencé a cantar e invité a todos a que canturrearan conmigo ‘Miguitas de ternura’. Todos lo hicieron con la ilusión de recibir esas miguitas en medio de tanta incertidumbre. Creo que fue una emotiva aportación para aquellos que como yo estábamos amarrados a la esperanza de salir ilesos de aquel trance.
    Ya pasaron once años de aquello, y en este tiempo ha pasado mucha agua bajo mis puentes, conciertos, canciones, en fin, esa lucha de supervivencia auspiciada por el amor a la vida y sus consecuencias.
    El año pasado el doctor Alejandro Tfeli apareció de repente en una cena con los amigos programada por mi esposa. Mi sorpresa fue tal que quedé mudo de asombro. El doctor Tfeli, ‘Alito’ para los amigos, no dudó en subirse a un avión en Buenos Aires y aparecer en Madrid para darnos un abrazo y compartir en su dimensión mayor la alegría de la amistad. ‘Alito’ fue el responsable de muchas cosas en aquellos momentos. Primero, conseguir el mismo equipo quirúrgico encabezado por el Dr. Juan Carlos Parodi que había operado de lo mismo al entonces Presidente Menem, y luego gestionar frente al mandatario una estancia de recuperación en la residencia presidencial de Olivos para evitar la presencia constante de la prensa sensacionalista que se mantuvo alerta en las puertas del hospital, ansiosa de conseguir una foto exclusiva, cuanto más patética mejor.
    En términos generales los argentinos somos especialistas en aquello de confundir la velocidad con el tocino, y esto lo digo porque el hecho de que el Presidente ofreciera la residencia para visitantes ilustres dentro del predio presidencial de Olivos disparó la seguridad de que aquel gesto del primer mandatario suponía un compromiso de coincidencia política con sus ideas y nada más lejano de la verdad que esa suposición. Al parecer el funcionario entendió que de la misma manera que había intervenido para repatriar a Astor Piazzolla cuando cayó fulminado por un accidente cerebral en París, también debía intervenir conmigo con su apoyo personal e incondicional con mi persona. El Dr. Menem nunca me pasó una cuenta por su decisiva intervención, y es más, nada le debo al Estado argentino, pues mis seguros abonaron absolutamente todos los cuantiosos gastos, hasta la última aspirina.
    Sólo le debo al equipo de profesionales que me devolvieron la vida, el celo y la eficiencia con que fui tratado durante mi estancia en Fleni y el Instituto Cardio-vascular, y ésa, como dice aquel viejo bolero ‘es una deuda que tengo que pagar como se pagan las deudas del amor’.
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