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ARCOS DE LA FRONTERA
    El doctor Horacio Pérez Guzmán, médico de cierta prominencia en su especialidad de anestesista. que además de aquella especialidad ejercía de clínico y como tal durante bastante tiempo se ocupó de la salud de mi madre a veces incluso sin mezquinar sacrificios, teniendo en cuenta que no dudaba en recorrer por carretera los seiscientos kilómetros que separan Buenos Aires de Rancúl, mi pueblo natal para visitar y atender a mi madre, alegando siempre que para él, ella era como una segunda madre, tal era el amor que le profesaba. Horacio además era mi médico de referencia cuando mis obligaciones profesionales me llevaban a Buenos Aires y debo decir que más de una vez me libró de de alguna disfonía, bastante común en los cantantes debido al incómodo clima de aquella capital con diagnósticos y paliativos precisos. Naturalmente creció entre nosotros una inquebrantable amistad que se mantuvo viva hasta el día no lejano de su desaparición. Las múltiples atenciones que nos prodigó en su vida tanto a mi madre como a mi y a mi único hermano hizo que mi esposa y yo pensáramos en retribuir de alguna manera tantas atenciones y afecto hacia la familia. Se nos ocurrió pues invitarlo a él y a su esposa Amalia a visitarnos en Madrid. Nos ocupamos de pasajes y demás detalles y un buen día les recogimos en el aeropuerto de Barajas y se instalaron en nuestra casa. El padre de Horacio era originario de Granada lo cual se tornó inevitable su deseo de conocer la tierra de sus ancestros. En nuestro automóvil nos embarcamos un buen día los dos matrimonios en un viaje turístico por Andalucía. Fuimos haciendo las escalas obligadas. En Córdoba visitamos la fabulosa mezquita, vestigio de un tiempo esplendoroso del imperio mozárabe que ocupó la península ibérica durante varios siglos. Por supuesto después de la visita al templo fuimos a degustar el archi-famoso guiso de rabo de toro estrella en el menú del restaurante llamado “El Caballo Rojo”, auténtico paraíso de esta especialidad gastronómica. Nos quedamos luego en Sevilla un par de días, siempre escasos para visitar las innumerables maravillas sevillanas. Para realizar el viaje de Sevilla a Granada sugerí hacerlo por la ruta de los pueblos blancos fabulosa policromía de las sierras de Grazalemas hasta la serranía de Ronda. Esta increíble ruta solo puede disfrutarse en Andalucía. Comienza en Jerez de la Frontera en donde por cierto visitamos una bodega donde se elabora el famoso vino fino de Jerez. La bodega generosa en degustaciones nos entretuvo algo más de lo normal probando un poco de cada especialidad, desde los finos pasando por los olorosos y otras magias vinícolas hasta terminar en los brandys a modo de remate. A la hora de salir de aquel templo de frescura y delicias nos recibió el inclemente sol del verano andaluz y debo confesar que además de satisfechos salimos bastante alegres gracias al efecto de aquellos caldos únicos en el mundo, probados además en la frescura umbría de la bodega que los produce y almacena. Como puede bien imaginar el lector el salir de aquella fresca temperatura, ya en el exterior nos recibió un sol de justicia aumentó generosamente el efecto de aquellos efluvios. Los vinos de Jerez y sus consecuencias nos retuvo en el hotel en donde dormimos “la mona” al decir de los jerezanos hasta la mañana siguiente que retomamos la ruta. El primer pueblo blanco al que llegamos fue Arcos de la Frontera, aquel pueblo situado en lo alto de una colina a 160 metros sobre el río Guadalete parece salido de un cuento de hadas, Arcos es una población muy antigua con castillo árabe y el convento del “Corpus Cristi” tan antiguos uno como el otro.
    Dejamos el coche en un estacionamiento y comenzamos a recorrer las callejas impolutas de un campo que estalla ante los ojos de asombro de los turistas. Calle a calle fuimos avanzando hacia la torre de una iglesia, seguramente la de Santa María de Gracia que imaginamos en el centro del pueblo, algunas empinadas y estrechas en donde el tránsito automotor es casi imposible, salvo el de vehículos de dos ruedas o camionetas especiales
    de habituallamiento que sirven a los comercios que existen. Después de deambular un buen rato, asombro tras asombro por aquella joya de pueblo llegamos a una explanada y allí se nos acercó un chiquillo bien espabilado que nos ofreció hacernos de guía para saber algo más sobre los edificios nobles que rodean aquella plaza. Aceptamos la oferta y el chaval comenzó su trabajo mostrándonos el edificio del Ayuntamiento con lujo de detalles en fechas y otras curiosidades. Seguimos aquel bien informado paseo y llegamos a un balcón con barandilla de metal. Nos llamó la atención la increíble vista que desde aquel sitio se divisaba, asombrados preguntamos al chaval que era aquello y él con notable desparpajo y cierta solemnidad nos dijo muy serio: Este “zeñores, es el barcón der coño”. Inquirimos el porqué de aquel nada ortodoxo nombre y el chaval sonriendo pícaramente nos invitó a acercarnos a la barandilla y mirar hacia abajo. La altura es casi mareante no apta para quién padezca vértigo: Ven ustedes, ésto se llama así porque todo el que mira hacia abajo desde la barandilla exclama :”coño que arto es esto y es por eso que así se llama er barcón der coño”. Por supuesto la hilaridad hizo presa de nosotros y desde el balcón del coño, seguimos nuestro recorrido por ese pueblo mágico. Imaginamos que aquella población era el habitat ideal de duendes y Elfas que seguramente mantenían vivo y vibrante aquel soberbio rincón de Andalucía llamado Arcos de la Frontera. Continuamos nuestro viaje por la ruta de los pueblos blancos y nos encontramos con Bornos, Prado del Rey, ,Zahara de la Sierra, Algodonales, Villamatín, Grazalema, Alcalá del Valle. Cada uno de estas poblaciones decoran con su belleza subliminal la más exigente imaginación del viajero. Si uno quisiera visitar cada uno de estos pueblos debería disponer de por lo menos una semana de tiempo y nosotros no teníamos tanto. Disfrutando del paisaje con sus pueblos enclavados en la sierra llegamos a Ronda. De esta otra maravilla típica andaluza seguimos viaje a Málaga y de allí directo a Granada. En el camino nos topamos con otra joya de pueblo llamado Archidona, al pasar sin entrar recordé un hecho sucedido en aquella población, que fue publicado por un periódico malagueño y que dio motivo a un desopilante cruce de cartas entre dos miembros de la Real academia de la lengua, Camilo José Cela y Alfonso Canales, cartas que fueron publicadas en su momento incluso llegaron a realizar un film que tuvo bastante menos trascendencia que el libro en sí. Intentaré relatar en otro escrito de estas características lo que se llamó “la insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona”.
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