LOS ANDARIEGOS
En la década de los cincuenta, mis padres me enviaron a estudiar a San Rafael, preciosa ciudad del sur de Mendoza. Ingresé en el colegio Manuel Ignacio Molina con la intención de obtener el título de bachiller que me permitiera posteriormente tener acceso a la universidad. A los dieciocho años la amistad es un fundamento irrefutable. Uno entrega el corazón a cada nuevo amigo, pero dentro de esa versatilidad de entrega existe ese alguien a quien uno quiere más o prefiere a los demás por comunión de pareceres o simplemente por admiración. Felipe Ángel Ritrovato “Cacho”, Héctor Zingaretti “Pochi” y yo formábamos un trío de amigos inseparables. “Tres amigos siempre fuimos en aquella juventud, era el trío más mentado que pudo haber caminado por esas calles del sur...”, como rezaba el tango “Tres amigos” de Cadícamo y Luna.
Además de compartir aulas y estudios, compartíamos afición por el deporte, especialmente el atletismo. Pochi era un atleta consumado, muy alto y muy fuerte, yo no me quedaba atrás, y Cacho un estilista en todo. Por ejemplo, lanzaba el disco y si bien sus marcas no eran las mejores, verlo en aquella disciplina era un placer por la plástica que derrochaba en cada intento. Cotidianamente íbamos a la confitería París, salón de té con una excelente pastelería y lo más importante, un piano a mi disposición, lo que convertía aquel salón de té en un café-cantante a la provinciana. Después de los estudios yo me acercaba a la París, me sentaba al piano y cantaba a toda voz las últimas canciones a la moda.
En aquella confitería París nacieron Los Andariegos. Un grupo de amigos cantantes y guitarristas lo hicieron posible: Pedro Cladera, que años más tarde se convertiría en Chacho Santacruz; Juan Carlos Rodríguez, cantor de tangos en la orquesta típica de Ricardo Ortiz; Rafael Tapia, también cantor de la misma orquesta; Abel González, "Gonzalito", excelente guitarrista; y el Cacho Ritrovato, que a partir de su ingreso en el conjunto pasó a ser Cacho Ritro. Por aquel tiempo, Cacho tocaba bastante bien la guitarra, tenía una voz aceptable y una gran presencia en el escenario. Bailaba espectacularmente bien el malambo, danza masculina del folklore argentino, y eso, más su capacidad de adaptación a las otras voces, le otorgaba un protagonismo especial en el grupo. Un sexto integrante llamado el Rubio Jiménez completaba el elenco de Los Andariegos originales. Jiménez fue el primero en desligarse del conjunto y su lugar me lo ofrecieron a mí, pero mis calificaciones en el colegio no eran lo suficientemente buenas como para obtener la conformidad de mi padre. Después de algunas actuaciones en la confitería París con gran éxito, Los Andariegos recibieron una oferta para viajar a Buenos Aires a grabar sus primeros discos para la marca Odeón. Aquello fue todo un acontecimiento en la pequeña ciudad, tanto que cuando regresaron con su primer disco bajo el brazo, los amigos les hicimos un recibimiento como si hubieran ganado la copa del mundo. Estoy hablando del año 57, principios del 58. Debido al éxito de su primer disco, Los Andariegos se trasladaron definitivamente a la capital.
Yo me recibí de bachiller, Héctor Zingaretti también, Cacho al ingresar en Los Andariegos abandonó los estudios, y aquel trío de amigos tomó el camino del exilio sentimental. Zingaretti ingresó en la facultad de Medicina de la ciudad de Mendoza y yo en la facultad de Derecho de Buenos Aires. En la capital me instalé en una pensión de la calle Libertad y al poco de estar allí, Cacho alquiló una habitación en la misma casa y volvimos a estar juntos. Como es de imaginar no había actuación de Los Andariegos que yo me perdiera. Incluso en alguna ocasión reemplacé a alguno de ellos que por alguna razón no podía actuar, es decir, me convertí en una especie de comodín del conjunto. Recuerdo con particular claridad una vez que fuimos a cantar a una fiesta que le ofrecían a Nat King Cole durante su visita a Buenos Aires. Conservo esa foto como una reliquia.
Al tiempo nuestros caminos se separaron y poco a poco me fui alejando de Los Andariegos. Al iniciar mi aventura europea fue el momento de la separación total. Recuerdo que al llegar a Bélgica le escribí una postal a Cacho lamentando la distancia, y en donde le prometía que algún día volveríamos a estar juntos. Muchos años después, cuando Los Andariegos ya eran sólo un recuerdo, invité a Cacho a integrarse como guitarrista en mi grupo de acompañamiento. Cuando nos sentamos en la mesa de la bienvenida en mi casa en Madrid, Cacho sacó aquella postal preguntando “¿te acordás de esto?”. Confieso que la emoción nos llevó hasta las lágrimas.
Pedro Cladera, “Chacho Santacruz”, murió en un accidente automovilístico; Gonzalito se casó y vive feliz en San Miguel, una población de la provincia de Buenos Aires, retirado del mundo de la música. A Juan Carlos Rodríguez se lo llevó la parca de mala manera, y Rafael Tapia, la última vez que lo vi, tenía un restaurante en la ciudad de Mendoza. A medida que la gente del grupo fue desapareciendo, otros integrantes fueron ocupando sus lugares: Raúl Mercado, excelente músico y poeta; Agustín "el negro" Gómez, guitarrista de pura cepa.
El conjunto adoptó entonces una filosofía diferente, modernizando hasta el asombro sus arreglos musicales. Hablar de Los Andariegos era hablar de la más depurada vanguardia musical. Cacho compuso canciones muy importantes como “Canción para un niño en la calle”, con el gran poeta Armando Tejada Gómez o “Los ángeles verdes” con Ariel Petrochelli. Cantaban a los mejores poetas y a los mejores compositores y ellos mismos se erigieron en tales y se fueron convirtiendo en leyendas. En 1976 los militares una vez más tomaron por la fuerza el poder en Argentina, y la inteligencia, la poesía, el pensamiento y el buen gusto pasaron a ser material subversivo. Fue la dictadura más brutal y sanguinaria de la historia argentina. Para Los Andariegos comenzaron a llegar las amenazas de muerte, y el grupo, acosado por la ignominia, no tuvo más remedio que dispersarse.
Algunos tomaron el camino del exilio, caso de Raúl Mercado, y otros el camino del eclipse y el pasar lo más desapercibido posible ante la constante espada de damocles de la barbarie militar argentina.
Gilberto Piedras es un francés de Toulouse, músico de vocación, afición y profesión, amante de la música sudamericana y especialmente del folklore argentino, que se convirtió en un “andariególogo” y se propuso desde Francia reagrupar a aquellos hombres a los que tanto admiraba. La tarea no fue fácil, pero al fin lo consiguió, invitando a los ya canos Andariegos a grabar un disco en Europa financiado por él y proponiéndose él mismo como un integrante más del conjunto.
Leonardo Sánchez, extraordinario músico guitarrista sobrino de Raúl Mercado que vive en París, completó el quinteto. Cuando el disco estuvo terminado, por azar llegó a mis manos. Un buen día recibí la visita de Gilberto y juntos nos prometimos intentar alguna cosa conjuntando a Los Andariegos conmigo. La idea tomó forma y un buen día nos encontramos ensayando canciones en mi casa alrededor de la amistad recobrada y las ganas renovadas. Gilberto, convertido en un importante empresario, organizó una gira que concluyó en el Olympia de París el pasado 30 de abril de 2001. El actuar con Los Andariegos, que a pesar de no haber cantado juntos en los últimos veinte años, conservan la frescura y el talento de sus años mejores, ha sido para mí un privilegio inusitado, un volver a vivir un tiempo que ya no es, pero que sigue permanentemente vivo en mi recuerdo, en mis ansias y en mi corazón.
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