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HOMENAJE EN RANCUL
    LLegar a Rancul, mi pueblo, ha sido para mi una de las mejores cosas que me han pasado en esta gira por Argentina en el 2001. LLegar a Rancul, mi pueblo, fue como sentir que me volvían a crecer las plumas sensoras, ésas que llevamos en la punta de las alas los que hemos querido aprender a volar y que se van perdiendo en cuanta tormenta nos toca atravesar por esos caminos de Dios. El abrazo de mi madre, hondo, sentido, de esos que empujan la dormida lágrima hacia el meollo mismo de la emoción; el reencuentro con mi hermano Raúl, que desde sus tinieblas estira su alma hasta abarcar la mía. Tinieblas de ojos para afuera porque para adentro el luminoso cielo de sus sentires sigue intacto; y después, los amigos, con el saludo franco, cordial y campechano; y el pueblo en sí, que nunca se entregó, a pesar de perder como tantos otros pueblos del oeste argentino la arteria yugular del ferrocarril que fuera en otros tiempos la ventana al mundo existente más allá de las últimas calles. Cuando el paso del tren era la hora del encuentro de todos los curiosos parroquianos en los andenes para comentar la vida que pasaba y saludar a los que en ella se iban o
    venían. Cuando el reloj de la estación era el celador más preciso de todos los horarios del pueblo. La errática política de los sabiondos de turno, unida a una lamentable incapacidad funcionario-administrativa, el gobierno, sin que temblara la sensible mano de su poder para condenarlos, eliminó de un plumazo el ferrocarril y su trascendencia para pueblos como el mío. Muy pocos lograron sobrevivir, la mayoría se fueron muriendo de a poco como si el legendario desierto que alguna vez fuera la pampa los fuera enterrando piadosa y lentamente hasta borrarlos de la faz de la tierra. Curiosa manera de avanzar hacia atrás.
    Cuando todos los países civilizados del mundo reactivan sus comunicaciones ferroviarias modernizando sus medios, en Argentina se suspenden en nombre del dinero y sus rentabilidades. Curiosa manera de entender el progreso. Pero volvamos a Rancul, mi pueblo. Lo encontré más lindo que nunca. Han iluminado las calles y si bien la noche perdió su misterio, el paseo nocturno se convirtió en una auténtica delicia. Llegar a Rancul, mi pueblo, en esta ocasión ha tenido además del toque sentimental, crítico y turístico que acabo de comentar, la particularidad de un orgullo extra además del de haber nacido allí. Un grupo de jovenes dinámicos del pueblo han emprendido la aventura de volar montados en sus respectivas bicicletas luz saliendo de Rancul, atravesando los Andes y llevando a Chile un abrazo fraternal de paz y buena vecindad ajeno a cualquier protocolo oficial. De regreso al pueblo, enarbolaron la iniciativa de poner una placa recordatoria en la entrada de la casa donde nací, como un homenaje de admiración y respeto hacia mi persona. Con asistencia de mi madre y familiares y de un numeroso grupo de vecinos, descubrí la placa y con ella mi emoción al leer su contenido. La placa reza solemnemente así: "A Alberto Cortez en agradecimiento y reconocimiento a quien nos representa dignamente en el país y en el mundo". LLegar a Rancul, mi pueblo, ha sido en esta ocasión una llegada cargada de buenas vibraciones y eso reconforta el ánimo al tiempo que le recarga a uno las pilas para seguir andando y cantando, que es mi modo de alumbrar, como diría Don Ata.
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