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PIRATAS
    Y cómo no van a existir los piratas, si no hay una legislación específica que los ataje. No piense el lector que escribiré sobre filibusteros o personajes como Morgan o cualquier otro corsario de los muchos que aportó a la historia la Pérfida Albión. Quiero escribir sobre los modernos piratas que lucen sus galas en el mundo de hoy, sin pata de palo ni loro en el hombro, pero con idénticos fines que aquellos, es decir, apoderarse de lo ajeno de la manera más impune posible.
    Es probablemente el mundo del disco donde el fenómeno alcanza uno de los puntos más álgidos y catastróficos. Los piratas discográficos están acabando con una industria que mueve miles de millones de dólares al año en el mundo entero. Pero vamos por partes. En primer lugar pongamos en claro el “modus operandi”, es decir, los medios y métodos que utilizan estos modernos bandidos. El disco no es un producto de primera necesidad, lo cual de alguna manera exime un algo de responsabilidad a quienes llevan a cabo estas prácticas, a diferencia de los que operan en el mundo de la alimentación y del vestuario, que también los hay a montones. Si no te compras el último disco que la moda impone, puedes sobrevivir, pero si dejas de alimentarte o de vestirte lo más probable es que acabes en el cementerio. En segundo lugar, el disco es un material manuable y fácilmente reproducible con una calidad similar al original gracias a las técnicas digitales actuales. En el mercado se encuentra el material básico para ejercer esta práctica a un precio sencillamente irrisorio. Un CD virgen se puede conseguir fácilmente por 30 céntimos de euro y en la cantidad que quieras. Luego en el mismo mercado puedes encontrar toda la tecnología necesaria para copiar en la cantidad que se requiera, a precios muy accesibles, tanto reproductoras como impresoras e incluso material gráfico ya preparado para el trabajo. Si a esto le sumamos que la piratería no paga costos de producción, ni derechos de autor, ni regalías y, por fin, ni siquiera los impuestos al Estado, tenemos la mesa servida para convertirnos en intocables piratas. Para colmo los discos “oficiales” tienen un precio muy elevado en las tiendas, lo que significa una constante invitación a gastar la mitad por lo mismo en el pirata de la esquina.
    No hace mucho y esto lo cuento como experiencia personal, la compañía EMI-HISPAVOX editó un disco doble con treinta y cinco canciones compiladas de mi repertorio grabado con esta firma a lo largo de toda mi vida. EMI-HISPAVOX invirtió una importante suma de dinero en la promoción de este producto, tanto en televisión como en radios y prensa gráfica. Solicitaron mi colaboración para esas promociones que acepté gustoso, y poco a poco la gente se fue enterando de aquello y comprando el disco a tal punto que a los tres meses de su emisión me fue entregado un preciado disco de oro por haber sobrepasado las cincuenta mil copias. Un día fui convocado por El Corte Inglés para realizar una firma de discos en una de sus tiendas de Madrid, actividad prevista dentro del plan promocional. Confieso que la experiencia no fue todo lo exitosa que se esperaba. Apenas habré firmado unos diez o veinte discos y poco más. El disco en El Corte Inglés costaba tres mil quinientas pesetas. Al salir, justo en la misma puerta de la tienda había un muchacho africano con una manta tendida en el suelo y sobre ella una buena cantidad de discos entre los que estaba el mío. Pregunté a cuánto lo vendían y me dijo que a quinientas pesetas. Exactamente el mismo disco, con la misma portada, incluso envuelto en papel celofán. Es bastante probable que incluso los pocos discos que firmé dentro de la tienda le hayan sido comprados al africano y el comprador luego haya entrado a que yo se lo firmara. Lo insólito para mí fue escuchar un comentario de un funcionario de la discográfica que me dijo “chico, tu disco es un éxito, pues si los piratas lo venden es porque es un éxito, ya verás será disco de oro” (¿?), y agregó, “para nosotros es un buen termómetro que los piratas editen un disco, pues eso significa que es un éxito. Ellos solo copian lo que está sonando fuerte en las promociones”. Sencillamente increíble.
    En este dramático asunto de la piratería, y hablo solo de la discográfica porque es la que a mí me atañe, hay un vacío legal importante, lo que produce una impunidad inmensamente peligrosa. No debemos asombrarnos de que por esta causa empresas de reconocida solidez y antigüedad cierren sus puertas agotadas de luchar contra molinos de viento, y queden en la calle muchísimas personas especializadas que pasan a engrosar las ya muy pobladas listas del paro. Es inconcebible que no se persiga con insistencia estas prácticas que tanto perjuicio producen, como inconcebible que no haya una inquietud judicial de crear jurisprudencia que proteja a productores y artistas de estas lacras.
    A mi juicio y en vista del vacío legal que existe, la industria debería buscar una solución que pase por el ingenio mientras no se promuevan leyes protectoras. La piratería es incontrolable por la expansión que tiene, pero hay otros elementos que pueden ser controlables. Por ejemplo, si el costo del CD virgen fuera lo suficientemente elevado para que no resulte tan rentable realizar copias, las cosas serían de otra manera. Si un CD virgen, en lugar de costar treinta céntimos costase 10 euros, ya no sería tan rentable copiar y piratear. Para el usuario normal no sería tan oneroso gastar diez euros para realizar una copia de algo legalmente "copiable"; sin embargo para el pirata el precio ya no le resultaría tan beneficioso. Sería mucho más fácil controlar la fabricación de este material que gastar esfuerzo y dinero para localizar las duplicadoras clandestinas y tratar en vano de desarticular las inmensas redes de distribución y venta que arman los piratas. De la misma forma que para prevenir el tráfico de cocaína existe un estricto control de los elementos químicos que se utilizan en la elaboración de esa sustancia, se podría controlar la elaboración de elementos básicos para la fabricación de discos compactos vírgenes.
    Por otra parte y a mi juicio, las discográficas deberían reducir sus gastos más superfluos, aquellos fastuosos que tienen que ver con viajes y con grandes convenciones de dudosa utilidad, para no tener que cargarlos en los discos, rebajando notablemente el precio de venta al público por unidad. Controlar mejor ciertos reconocidos fraudes en algunas producciones y reducir la soberbia a un plano de humildad más aceptable. Creo que las grandes compañías productoras y distribuidoras de discos deberían empezar por barrer bien el patio de su propia casa, pues en ellas proliferan mucho los advenedizos de corto talento y manos muy largas.
    En fin, que la piratería es un drama para todos los que invertimos trabajo, talento y esfuerzo para grabar mejores discos y hacer una aportación cultural digna a nuestra sociedad.


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