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NEW YORK, NEW YORK
    “If you can make it there, you’ll make it anywhere”. New York, New York...

    Resulta que en la incomparable ciudad de New York, donde comparten protagonismo lo mejor y lo peor del mundo, sucede lo mismo que en todas las grandes ciudades del planeta, es decir, existen grandes rivalidades entre los numerosos barrios entre sí. Un ciudadano del Downtown o bajo Manhattan, que vive una vida ni mejor ni peor, se siente diferente, por no decir superior, a un ciudadano de Harlem, por citar algún ejemplo, y generalmente esa desemejanza es evidente, del mismo modo que un ciudadano del Soho tiene poco que ver con uno del Brooklyn o del Village, y eso se nota claramente.
    Washington Heights o alto Manhattan pertenece a Harlem, barrio legendario de New York, cuna del negro afro-americano, pero cuya población actualmente ha ido variando para ser mayoritariamente de origen hispano y, muy especialmente, dominicana.
    Esta gente del actual Harlem suele ser la clientela habitual de los conciertos de música popular latina que se programan con cierta asiduidad en los grandes escenarios del Downtown o bajo Manhattan, entiéndase Carnegie Hall o Lincoln Center, Radio City o, a veces, en el Madison Square Garden, que pese a ser un templo del deporte, especialmente del boxeo y baloncesto, también su amplia sala se utiliza para conciertos multitudinarios. En fin, todos estos lugares son considerados como joyas culturales de la ciudad. Renombrados teatros en cuyos escenarios se han prodigado los nombres más célebres de la música del mundo entero. Grandes cantantes, maravillosos artistas ejecutantes de todo tipo, instrumentistas y legendarios directores de orquestas y no menos celebérrimos bailarines, divas y divos de distintas disciplinas de todo el planeta. Estos maravillosos escenarios, más el eterno Broadway, albergue eterno de fabulosas comedias musicales, le han dado a New York una enorme fama mundial como un epicentro sin parangón en el mundo del espectáculo. Esta hegemonía provoca reacciones de rechazo en algunos barrios un tanto apartados de Times Square y sus alrededores, por considerarse marginados en una orfandad no deseada de actividades culturales. De no ser así los habitantes de esos barrios suelen argumentar que si la espectacular vida cultural del Downtown se distribuyese extendiéndose más equitativamente podrían tener una participación más activa en el desarrollo general de esta gran metrópolis. De hecho muchos de estos barrios cuentan con infraestructuras adecuadas como para responder al reto.
    En Washington Heights, que como dije antes es una parte del barrio de Harlem, un grupo de jóvenes inquietos y preocupados por la creciente deshumanización de aquella gran ciudad y sus aledaños, que para muchos es una selva de cemento, creen que para crecer más y mejor es necesario programar actos culturales y llevarlos a cabo en beneficio de una población que los necesita. Toda esta perorata es algo así como un introito para llegar a contar que el 20 de abril último fui invitado por iniciativa de estos jóvenes a cantar en lo que ellos han nominado “Los conciertos del barrio”. El recital se llevó a cabo en el United Palace Theatre, una increíble sala de conciertos con capacidad para tres mil personas y con una decoración sencillamente fabulosa. Paredes tapizadas con planchas de bajos relieves chinescos dorados de diferente factura y simbología diversa, al menos a mis ojos profanos en materia de arte chino, pero realmente fascinante. Compartió conmigo el escenario Amaury Pérez, cantautor cubano, que como tal es una de mis debilidades. La sala estaba completamente llena de un público enfervorizado que nos regaló a los protagonistas una noche inolvidable festejando cada canción, incluso cada frase, llenando el escenario de flores multicolores llevadas ex-profeso para homenajear a los artistas, para mimarnos, para hacernos sentir en casa y agradecernos el estar allí, engalanando de esa manera nuestra presencia como diciendo en voz alta “somos un barrio, pero también orgullosamente somos New York”. Después del concierto una interminable fila de forofas y forofos reclamaba el autógrafo y todos sin excepción nos decían emocionados “gracias por venir a cantar a nuestro barrio, gracias por tenernos en cuenta”. Los jóvenes organizadores encabezados por Jay Peña desbordaban de entusiasmo atesorando cada comentario, cada aplauso, cada expresión, cada gesto de la gente. Esos jóvenes demuestran que aman el sitio donde viven, lo aman porque forman parte de él y lo cuidan y pretenden mejorarlo con su esfuerzo y su talento. Es una actitud un tanto contestataria pero válida frente a la prepotencia que genera la gran ciudad y hasta me atrevería a decir una actitud en cierto modo revolucionaria ante el avasallamiento de la globalización de una sociedad extremadamente consumista, muchas veces insensible a las necesidades y aspiraciones de los barrios alejados del mundanal ruido del centro y sus oropeles, del centro y su soberbia, del centro y su indiferencia hacia la parte suburbana de la New York menos conocida.
    La iniciativa entusiasta de estos jóvenes de Washington Heights es un ejemplo que deberían seguir otros barrios de New York. Estoy seguro que de conseguirlo algún día, esta últimamente vapuleada urbe sería un sitio mucho más humano para vivir.


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