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IBERIA
    Uno, por su trabajo, depende de las compañías aéreas. Como ya son muchos años de andar por el mundo, he tenido la oportunidad de viajar en todo tipo de empresas aéreas, en las más humildes y en las más poderosas.
    Iberia, la compañía de bandera española, tiene la privilegiada particularidad de cubrir casi todos los territorios de los países hispanos de América y, en consecuencia, Iberia debería ser la transportadora ideal para nosotros. Pues no sólo no lo es, sino que además cada día se aleja más de la posibilidad de serlo. ¿Por qué? Pues por varias razones. Por ejemplo, el personal de tierra te atiende con una prepotencia y soberbia dignas de dictadores omnipotentes. Ellos están seguros de que nos guste o no finalmente terminaremos recurriendo a Iberia en algún tramo del camino. La atención de los citados servicios de tierra o de mostrador, especialmente en Madrid, generalmente punto de partida de nuestras incursiones americanas, son sencillamente deplorables. Además de la prepotencia mencionada existe una insensibilidad grave con respecto a las personas de cierta edad o con alguna minusvalía. En un mostrador de Iberia, el viajero tiene la sensación de estar al servicio de la compañía y no la compañía al servicio del viajero.
    Comprendo que tanto los funcionarios como los usuarios deben atenerse a las reglas establecidas, pero esas reglas autorizan una cierta discreta elasticidad que en muchos casos los funcionarios se niegan a aplicar. Trataré de citar algún ejemplo. Cuando en Europa es verano en América del Sur lo que arrecia es el invierno, es lógico pues que quienes tengan que viajar hacia el invierno carguen su equipaje con ropas más pesadas que lo normal. Inexorablemente quien lo haga y se pase de los raquíticos veinte kilos establecidos, debe pagar un oneroso exceso de equipaje. Por cierto, esa regla se impuso hace ya muchos años cuando los aviones debían medir cuidadosamente su carga, pero en la actualidad pese al advenimiento del gigantismo de las aeronaves la regla sigue estancada, salvo en algunos tramos, por ejemplo, el Atlántico norte, privilegio de los ricos naturalmente.
    Iberia posee una flota muy importante de aviones de última generación y se supone que el servicio debe responder a la modernidad de esa flota. El personal de abordo suele ser eficiente salvo excepciones puntuales que a veces provocan anécdotas curiosas como el ejemplo que sigue. En un vuelo Madrid-México tres amigos sentados en una fila de tres asientos a mitad de camino solicitan a la azafata una Coca-Cola cada uno. La señorita regresa con una sola y les dice que deben arreglarse con una para los tres, pues no quedan más. Ante la lógica indignación de los tres pasajeros la azafata se quitó el asunto de encima de mala manera, recomendando que escribieran una carta de protesta al director general. El pasaje Madrid-México cuesta alrededor de 1400 euros en clase turista ida y vuelta, y pagando semejante precio uno espera un trato por lo menos más amable. Uno no toma un avión para pelearse con el personal, ni tampoco para quejarse amargamente con cartas al director.
    La llamada Business Class en vuelos nacionales y europeos es una de las estafas más claras del mercado de la transportación. Los asientos son iguales que los de clase turista, iguales de estrechos, y si bien la atención del personal de abordo es ligeramente mejor, la diferencia no justifica en absoluto de precio del billete. Quien se puede permitir el pagar un billete casi el doble del normal, lo hace porque espera superar el trance de tener que viajar de una manera más cómoda. Pues no, Iberia no lo entiende así. Para Iberia quien más caro paga debe sufrir más y pasarlo peor, al menos ésa es la sensación que uno percibe.
    En materia de puntualidad no quiero sumarme al clamor popular y mencionar los escándalos que los retrasos han producido y producen entre los viajeros afectados y que periódicamente refleja la prensa. Cuando uno tiene la oportunidad de viajar en otras líneas aéreas del llamado primer mundo, tipo Lufthansa, Air France, SAS, no importa en la clase que viaje, comprende lo lejos que está nuestra compañía de bandera de ese llamado primer mundo, por muchos números triunfalistas que nos muestren.
    Por si todo esto fuera poco, el entrar a formar parte de la alianza “One World” a mi modesto entender ha descalabrado más aún el servicio y ha creado confusiones tremendas. Da la sensación de que se ha entrado en la alianza no para mejorar el servicio, sino para descargar responsabilidades. Por ejemplo, cuando la impersonal voz del locutor en el aeropuerto de Barajas anuncia la salida del vuelo de British Airline con destino a Murcia por la salida E81, uno que ha despachado el equipaje y tiene su tarjeta de Iberia que le indica que también su salida es la E81 se queda confuso y pasmado y se pregunta si no será que los ingleses además de Gibraltar se han adueñado también de Murcia, que no sería nada raro dada la ancestral costumbre de la pérfida albión de adueñarse de lo que no es suyo.
    Hace muy poco hicimos un viaje a New York mi apoderado y yo, y para viajar más cómodos compramos billetes en primera clase que Iberia llama pomposamente Gran Clase. Pasajes de cinco mil euros cada uno más o menos. Además de meternos en un vetusto Jumbo, al que días después al despegar de aquel aeropuerto precisamente y cumpliendo el mismo vuelo le estalló un motor en pleno ascenso y hubo de realizar un aterrizaje de emergencia con el correspondiente susto del pasaje, al que para llegar a tu carísimo asiento ubicado en la parte superior debes hacer auténticos malabarismos de atleta en una súper estrecha escalera caracol, escalera por la que creo que ni estos animalejos se atreven a subir.
    Cuando llegamos a JFK con la intención de tomar el vuelo de regreso a Madrid, después de despachar nuestro equipaje en un globalizado mostrador de American Airlines, pretendimos ir a la sala de primera clase a la que se supone se tiene derecho cuando se viaja en primera. Nadie en todo aquel gigantesco aeropuerto supo indicarnos cómo hacer para llegar a la dichosa sala. Eso significó una confusión de pasillos que derivaron en tener que pasar dos veces por el estrictísimo control de seguridad, con la correspondiente y natural sospecha de los funcionarios por repetir aquel proceso. Conclusión, resignados, agotados y perdidos, finalmente pudimos llegar a la puerta de embarque, en donde hubimos de esperar a que embarcaran todos los pasajeros antes que nosotros encaráramos la aventura de trepar por la dichosa escalera de caracol. Resumiendo, dudo mucho que vuelva a gastar tanto dinero para viajar con mayor comodidad al menos en Iberia, o en todo caso si fuera necesario lo haré en una compañía que me garantice un verdadero servicio de primera.
    Como puede comprobar quien esto lea, antes que escribir una carta al director, he preferido comentar todo esto con los visitantes de mi página para prevenirlos sobre los maleficios y beneficios de nuestra compañía aérea de bandera. Como conclusión vaya esta última reflexión a modo de epílogo. Hace muchos años una empresa holandesa de productos eléctricos que vendía bombillas y focos de todo tipo tenía un “slogan” que decía “mejores no hay”, y todos asociábamos instintivamente por la dichosa frase aquellos productos con productos de calidad. Ahora, si esto de Iberia continúa así, habrá que parafrasear aquel "slogan" pero al revés. Tendríamos que decir: “Iberia, peores no hay”.

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