Mi Opinión

MENU

 

Página principal

Biografía

Discografía

Letras

Galería gráfica

Material

Contactar

Management

Actuaciones

Enlaces

Noticias

Poemas

Relatos

Comentarios de
Alberto Cortez


Comentarios sobre
Alberto Cortez


Libro de visitas

 

·

LA TORTURA
    La tortura es un fenómeno tan cavernícola como de nuestro tiempo globalizado, es decir, viene desde el fondo de la historia sometiendo a los seres humanos a sus códigos. Toda fuerza de poder, sea político, religioso o de cualquier otro orden la ha utilizado y utiliza como arma para imponer sus conductas u obtener beneficios. Por defender sus ideales, millones de personas han conocido y conocen sus terribles métodos persuasivos. Si bien a lo largo de los tiempos esos métodos han ido variando sus formas, no por ello han dejado de ser siniestros ni de existir. Hemos visto desde las mazmorras palaciegas, con todo tipo de nefandas herramientas con las que imponer sus disciplinas, pasando por los fundamentalismos religiosos, amedrentando a base de penitencias ejemplares alternativas entre la vida y la muerte, hasta la globalización de nuestros días con el justificativo de dudosos bienestares y supuestas progresías de conveniencia, digamos en el nombre de la democracia, justificando sospechosamente el valor y el sabor de las mayorías, como si éstas tuvieran el supremo poder de determinar lo bueno y lo malo.
    Actualmente se han suavizado de color las alternativas penitenciarias, ya que, salvo excepciones puntuales, no entran en juego la vida y la muerte. Ahora la disyuntiva es el éxito o el fracaso. Cuando un producto, sin importar su generación se masifica, automáticamente se le considera un éxito global sin detenernos a cualificar si se trata de un triunfo de la calidad con su aportación positiva o solamente un éxito comercial, cultural o social supeditado a la publicidad que aquel producto haya necesitado para masificarse. Cualquier masificación es considerada un éxito y por el contrario cualquier cosa que no alcance un éxito comercial masivo es un fracaso. Los fenómenos mediáticos multiplican la alternativa hasta límites insospechados generando en la gente una virtual tortura psicológica. Cuanto más se vende lo propuesto más riqueza genera y más poderoso se torna el productor, más crece su puesto en la sociedad, o dicho de otra manera, más admiración y envidia despierta en ella. En el mundo de la música esto tiene una incidencia notable. En muchos casos los medios se convierten en jueces implacables de la creatividad musical.
    Trataré de explicarme. Cuando un creador ha logrado terminar una obra poniendo en ella toda su sapiencia y su buen gusto y logra sin mezquindad de esfuerzos editarla en disco, se debe mentalizar de que a partir de ese momento comienza para él un peregrinar sin tregua hacia los santuarios de la difusión, es decir, emisoras de radio y de televisión, y en ellas participar sin rechistar en los programas que le indique el promotor hablando hasta la saciedad de las bondades y virtudes de la obra en cuestión con el único fin de convencer a la gente para que compren el disco. El éxito o el fracaso dependerá del mayor o menor grado de convicción que la obra y el autor tengan sobre el consumidor y de la popularidad que ambos alcancen con estos métodos.
    Y la tortura qué pinta en todo esto... Pues, a mi entender, se convierte en tortura social el grado de insistencia en las promociones. Cuando a todas horas no tienes otra cosa que ver en tu televisor o escuchar en tu estación habitual de radio que el disco de marras, llega un momento en que tus reservas de rebeldía saltan por los aires: o bien compras de una puñetera vez el dichoso disco o te conviertes en un furibundo detractor del mismo y de su autor. La promoción entra sin permiso en todos los ámbitos de la vida auditiva y visual. En nombre de la publicidad y sus “esponsoreos” (palabreja de difícil digestión, por cierto), por ejemplo, cuando vas al cine y pagas una entrada para ver un determinada película, antes te debes tragar una buena serie de anuncios de cosas que probablemente no te interesen. Lo mismo sucede en la televisión y la radio. Molesta comprobar cómo te esconden lo que esperas ver o escuchar detrás de un bloque insufrible de anuncios que pueden ser interesantes o no, pero que inoportunamente te invaden. Todo se justifica alegando que gracias a la publicidad los productores pueden costear los gastos de producción como si los beneficios que obtengan los fueran a repartir entre todos los que hemos sufrido esa invasión. No acaba allí la cosa. Como si no fuera suficiente ya con la tortura psicológica de los anuncios mediáticos, la publicidad copa hasta el paisaje maravilloso de la vida. Cuando en una carretera cualquiera al salir de una curva esperas encontrarte con el prodigio de un paisaje natural hermoso a la vista y al espíritu, zas… te topas con un inmenso cartel pintarrajeado de tal o cual marca de gaseosa, o de tal o cual hotel cuyo confort te espera unos cuantos kilómetros adelante. Lo peor no es que éste sea un anuncio informativo necesario, sino que es un anuncio comercial para que no vayas a hospedarte al hotel de enfrente, que también tiene su anuncio en la carretera. Ni contar se puede cuando esa carretera se acerca a las grandes ciudades. No sabes dónde mirar, si prestar atención al tránsito o derivar tu mirada a la selva de carteles de toda factura que rodean tu paso.
    La publicidad no sólo invade la naturaleza, entra impunemente en nuestras casas y en nuestras vidas y en el planeta entero, contaminando el ánimo, creando necesidades muchas veces innecesarias y de alguna manera, como cualquier exceso, arremete y lastima la sensibilidad. Por lo tanto no es exagerado pensar que es una moderna forma de tortura inquisitoria. Ojo, no piense quien esto lea que propongo desde estas líneas acabar radicalmente con la publicidad, no, nada de eso. Mi pretensión en todo caso sería reclamar un poco más de moderación en el ejercicio de la utilización mediática. Que cuando estoy viendo un programa interesante o una película por televisión no corten la emisión en pleno clímax para contarme las virtudes de tal o cual toallita íntima, con o sin alas.

Volver