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COCAÍNA
    Cotidianamente la prensa nos cuenta del alijo de tropecientos kilos de cocaína interceptado en alguna aduana de algún país. La noticia siempre contiene un cierto grado de respiro, pues significa que en ese específico caso habrá un importante contingente de neuronas, especialmente juveniles, que al menos por una vez quedarán a salvo de la ferocidad del maldito clorhidrato.
    Pero, ¿de dónde viene esa desaforada afición a la cocaína que padece nuestra sociedad en la actualidad?, ¿cómo irrumpe alegremente en el mercado como si de un refresco de fácil consumo se tratara? Propongo hacer un pequeño ejercicio de historia al respecto. Sabemos que la cocaína existió desde tiempos inmemoriales como un anestésico, si bien no muy potente, pero sí lo suficiente para ayudar a indolorizar algunas operaciones de poca monta. Esto en el plano terapéutico. En el mundo del ocio aparece su consumo en los ambientes sociales de alto rango como un complemento a la ingestión de bebidas espirituosas, en las famosas noches de cabaret que tanto florecieron en la llamada “belle epoque” allá en los principios del siglo XX. Época bien definida en el estallido de grandes movimientos artísticos que iluminaron la humanidad tales como el impresionismo en las artes plásticas y la música, que generaron figuras como Lautrec, Degas, Van Gogh, Debussi o Ravel, al igual que la aparición de los llamados poetas malditos, Rimbaud, Baudelaire, Apolinaire, etcétera. Esa época marcó también el nacimiento de grandes centros de espectáculos que en el París de los años veinte alcanzaron fama mundial por la espectacularidad de sus escenarios, salas como el “Moulin Rouge” o el “Lido”, en donde la elegancia, el champagne y las mujeres tan hermosas como volubles disparaban la imaginación del pueblo llano como epicentro de un refinamiento inalcanzable. Luminosos cabarets que lanzaron al estrellato una forma de vida licenciosa desde barrios como Pigalle, Montmartre o Montparnasse resonaban en el mundo como el no va más de la lujuria y el placer, algo así como una nueva Sodoma esta vez vestida de frac y chistera. Gracias a todo esto y específicamente a esa época París recibió el apelativo de “Ciudad Luz” apodo que aún conserva aunque todo el “glamour” se haya ido desvaneciendo y vulgarizando. La cocaína reinaba entonces en aquellos ambientes con el poder de la cima de todos los placeres. Era la pócima mágica que curaba todos los males, especialmente los etílicos, y el utilizarla era un asunto concerniente exclusivamente a los iniciados en aquellas religiones concupiscentes, es decir, la noche, el champagne, las bellas damas, en síntesis, la fiesta.
    La utilización entonces de aquellas sustancias no significaba ninguna alarma social pues su consumo era exclusivo de cierto sector de la sociedad, sector excluido de la trabajadora o productora.
    El conseguirla era tan sencillo como comprarla en cualquier farmacia pues según tengo entendido hasta bien entrado el año 39 se expedía en las boticas como fármaco sin receta. y a partir del 40 fue considerada como producto nocivo para la salud y prohibida su venta legal. Como tantas otras cosas exclusivas de una minoría, la cocaína fue alcanzada por el implacable brazo de la globalización y es cuando desciende de los ambientes festivos de unos pocos a la calle de todos y lo hace trayendo consigo la etiqueta de algo ilegal, generando un halo de misterio mezclado con rebeldía ante lo prohibido y termina por convertirse en una calamidad pública con patente de pandemia. La cocaína ejerce sobre el individuo un efecto riesgo-placer-bienestar a modo de encantamiento inmensamente peligroso. Invalida, entre otras cosas, poco a poco, el apetito sexual hasta anularlo por completo. Es como esas arañas que tienden sus estratégicas telas para captar al insecto distraído y alimentarse con él.
    La cocaína te mantiene despierto, te libera de los efluvios del alcohol y te euforiza de tal manera que te hace sentir muy bien, es decir, la araña teje la tela hasta que te atrapa, luego te convierte en una piltrafa humana y te devora.
    En esta profesión nuestra el consumo de esta droga es habitual, especialmente, en los grupos de rock y en músicos y cantantes en general.
    Al principio se consume para estar en onda y por aquello que hay que probarlo todo y porque te ayuda para componer mejor por la lucidez que produce, porque provoca la sensación de tocar o cantar mejor y así una y otra vez hasta que de pronto estás enganchado y requieres cada día más cantidad y así hasta el derrumbe final, cuando la araña te envuelve en su tela para prepararse el banquete. Mientras tanto el arañón mayor, es decir, el productor y traficante, se frota las manos, pues ha conseguido por inducción un nuevo esclavo para disponer de él a su antojo.
    En resumen, la cocaína, la falopa, farlopa, la blanca o como quiera llamársela no es otra cosa que un balazo disparado a quemarropa al centro vital de los sentidos. Aunque al principio subyugue, atraiga, sugiera, produzca embeleso, prometa paraísos de otro modo inalcanzables, el balazo como tal termina por destruir completamente los sentidos y la araña devora su manjar favorito, una completa ensalada de irrecuperables neuronas.
    En una irónica canción que compuse y grabé hace ya bastantes años llamada “Los inmortales” en una de sus estrofas dice:

    “Es necesario probar de todo, porque el saber no ocupa lugar,
    si es peligroso de cualquier modo por una vez nada pasará”.

    Publico este comentario en mi página porque creo que de alguna manera por condescender con esta lacra y convivir con ella sin exigir airadamente soluciones a los responsables de la salubridad pública, medidas que protejan a la juventud proclive a caer de bruces en los entramados de esta calamidad, de alguna manera, digo, somos todos un tanto cómplices de la puñetera araña.
    La solución es algo que deben proponer los especialistas, empezando por los sociólogos, revisando las condiciones de vida, especialmente de los jóvenes que conforman la gran pléyade de desocupados y una desmedida promoción mediática. Existe una apología indirecta pero constante de los beneficios pecuniarios que genera la droga a quienes la manipulan.
    Todo esto viene a cuenta porque en una de mis últimas actuaciones en San Salvador lo hice a beneficio de los “Hogares CREA “, un sitio fundado para ayudar a los que caen en el consumo de cocaína y de otras sustancias narcóticas.
    Esta es la carta recibida con motivo de aquel evento.

    San Salvador, 28 de Octubre del 2001

    SR. ALBERTO CORTEZ

    El motivo de la presente es agradecerle la forma desinteresada con la que colaboró para los HOGARES CREA DE EL SALVADOR, con el maravilloso concierto brindado por su persona el día 27 de Octubre de los corrientes en la Feria Internacional de El Salvador, además por su visita a éste que desde ahora es su hogar, con la cual nos transmitió una alegría que nunca se borrara de nuestras mentes.
    El HOGAR CREA MARÍA AUXILIADORA ha quedado en deuda ante su persona, sólo la bondad de nuestro señor Jesucristo sabrá compensárselo, por todo lo brindado por su persona a nuestro tratamiento y sus residentes le estaremos altamente agradecidos.
    Atentamente,
    HOGAR CREA MARÍA AUXILIADORA
    CON CRISTO EN CREA SE PUEDE.
    HACIA EL SIGLO XXI LIBRE DE DROGAS.
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