LAS BOTAS DE LOS GOLES DE ORO
Giusseppe Tortoni es un inmigrante de aquellos que dejaron su país para “andare fare l’America”. Original de la Toscana, desde su niñez es un gran aficionado al fútbol, es decir, uno de aquellos “tifosis” de corazón que se embelesaba cada domingo escuchando por radio la transmisión apasionada de los partidos del “calcio” y, muy especialmente, cuando jugaba la “Fiore”, y cada lunes leía y releía “Il Corriere dello Sport" a cuyos cronistas conocía y definía según sus crónicas como aficionado de tal o cual “squadra”.
Zapatero remendón de profesión, Giusseppe, a pesar de trabajar de sol a sol, apenas si ganaba lo suficiente para alimentarse él y su esposa Stella María que ya llevaba cinco meses de gestación de su futuro heredero. Giusseppe soñaba con que su hijo, su “bambino”, llegase a ser algún día el mejor delantero centro del mundo y así lo comentaba con sus vecinos y amigos y nunca faltaba quien le gastara la broma: ¿que pasaría si Stella María en lugar de un bambino le diera una “bambina”? Entonces decía Giusseppe: “será la tifosi reyna dalla Fiore”. Poco antes de nacer el niño, Giusseppe recibió una más de las muchas cartas que le enviaba su hermano Carlo, zapatero como él residente en la Argentina, insistiéndole a que se animara a viajar a Buenos Aires. “Ensiemme comme fratelli qui siamo podiamo fare tante cose buone qui.” “Queste e un paese fantástico per vivere e fare molto soldi”. En cuanto llegues compartiremos el taller y ya verás cómo logramos progresar trabajando “ensiemme”. Después de discutirlo largamente con Stella María, finalmente Giusseppe tomó la decisión de viajar al Río de la Plata.
Partieron de Génova en el “Federico C”. Durante la travesía Giusseppe cuidaba de su esposa sin dejarla sola ni un momento y a cada rato, cuando el bebe se movía en su vientre, Giusseppe preguntaba si daba pataditas. Ante la afirmación de Stella María, Giusseppe repetía entusiasmado que aquel niño sería el mejor delantero centro de todos los tiempos. A poco de llegar a Buenos Aires, ya instalados en una sobria casita en el barrio de la Boca, Stella María dio a luz un precioso y robusto bebe, que no llegaría a ser la “tifosi reyna dalla Fiore”, porque como esperaba Giusseppe aquél fue un saludable niño que desde recibir la clásica nalgada de la partera comenzó a mover sus piernas incansablemente ante la alegría de sus padres, especialmente de Giusseppe, que veía en aquellos movimientos del pequeño una premonición de futuro relacionada con su pasión por el fútbol.
Tal como había previsto el fratello Carlo, como buenos profesionales que eran ambos además de tenaces trabajadores, progresaron ampliando el negocio e hicieron de aquel original taller de zapatero remendón una pequeña empresa de confección de zapatos para damas y caballeros. Fabricaban zapatos a medida con diseños propios y a total gusto del cliente. Fanáticos aficionados al fútbol se hicieron socios del club Boca Juniors y, por supuesto, también a Giuseppino desde el mismo día que nació. Cada domingo había que comer temprano para llegar a tiempo a sus lugares fijos en la “Bombonera”, como socios que eran ambos del club. El niño desde que comenzó a dar sus primeros pasitos sin ayuda de la madre ya tuvo una pelota para correr detrás, al igual que su lugar en las gradas de la cancha entre su padre y su tío y su carnet de socio de la institución.
Cada vez que llegaba a la fábrica una nueva partida de cueros, Giusseppe escogía el mejor curtido y lo separaba alegando que era para “algún día hacerle las botas a Giussepino, cuando juegue en Boca”.
Stella María por su parte albergaba la ilusión de que su hijo fuese algún día un escritor, un poeta, y no perdía oportunidad de leerle al niño cuentos de Emilio Salgari, fábulas de Samaniego o Lafontaine. También le leyó pacientemente el libro “Corazón” de Edmundo D’Amici, lectura obligada, casi bíblica, de todos los inmigrantes italianos residentes en Argentina.
Si bien Giusseppe no oponía resistencia a las intenciones maternas, seguía alentando la esperanza de que su hijo fuera algún día el mejor centro delantero del mundo.
El niño ya a los cinco años no hacía otra cosa que jugar todo el día con una pelota de goma. Poco a poco y desde esa edad fue adquiriendo una técnica realmente asombrosa. Su padre, orgulloso, muchas veces convocaba a sus vecinos y amigos al patio de su casa, llamaba al niño y le decía “a ver, Giussepino, enseña a los amigos lo que sabes hacer con la pelota”, y el muchacho la lanzaba al aire, la cabeceaba infinidad de veces sin dejarla caer, luego la recibía con el hombro izquierdo y la pasaba del izquierdo al derecho, y antes de que tocara el suelo la recibía con el pie derecho, la elevaba nuevamente y la recibía con el izquierdo, siempre sin dejarla tocar el suelo con una gran maestría. Los amigos aplaudían encantados las evoluciones de la criatura mientras Giusseppe exclamaba eufórico “si a esta edad y con una pelota de goma hace lo que hace, imagínense cuando sea mayor y lo haga con una pelota de verdad. Ya tengo la seguridad de que mi hijo será un día el mejor centro delantero del mundo”.
Cuando Giussepino cumplió los seis años, su padre lo inscribió en la escuela para alevines del club de sus amores, Boca Junior. Giusseppe vigilaba de cerca la evolución de su cachorro, para él allí empezaba el largo camino hacia la gloria. Desde el principio el muchacho demostró, además de una afición integral por el fútbol, una facilidad técnica realmente admirable para dominar el balón.
A los pocos días de su ingreso en el club, el profesor llamó por teléfono a Giusseppe para decirle que su chico era el mejor y que ya le pondría de número 8 en los infantiles para que se fuera fogueando.
“¡Mamma mía!”, gritó Giusseppe, “éste es para mí un momento histórico porque es el preciso momento en que Giussepino comienza a recorrer el camino hacia lo que tiene que llegar a ser, el mejor centro delantero del mundo”, y por no repetir siempre la misma frase y porque la ocasión lo merecía agregó “de todos los tiempos”. Y cómo no, si con apenas con doce años ya vestiría la camiseta de Boca con el 8 a la espalda. “¡Mamma mía!, de todos los tiempos”, repetía excitado.
En la fábrica, Giusseppe buscó los cueros especiales seleccionados para confeccionar algún día las botas para su hijo y escogió el mejor curtido, el más suave, y puso manos a la obra porque el día de hacerlas había llegado, y como siempre se lo había propuesto, las haría con sus propias manos. Cuando terminó su tarea envolvió las botas amorosamente y las llevó consigo a su casa. Al llegar buscó a su hijo y le presentó las botas. El muchacho dio un salto de alegría, se colgó de su cuello y lo besó repetidas veces. De inmediato se quitó los zapatos y se calzó las botas. “Papá”, dijo, “son como guantes, de tan suaves y ligeras parecería que estoy descalzo, con ellas me hartaré de meter goles, ya verás, papá”.
Efectivamente, así fue. Los años subsiguientes Giussepino jugó en todas las divisiones inferiores y en cada categoría salió goleador, y es más, la estadística lo convirtió en el máximo goleador de Boca de todas las divisiones.
Cada año, a medida que su hijo iba creciendo, Giusseppe le hacía nuevas botas acordes al número que el chico iba calzando. Era tan grande la facilidad goleadora de Giusseppino, que los altos directivos y técnicos del club decidieron que ya fuera profesional, y además de un contrato le ofrecieron incorporarse a las disciplinas de las categorías superiores, es decir, la tercera. Giusseppino estrenaba sus primeros dieciséis años. Cuando recibió la noticia del contrato y de su incorporación a la tercera de Boca, entró como una tromba al despacho de su padre y entre sollozos de alegría se abrazó a él. “Ya en la tercera, papá”, decía, “después la reserva, y no tardaré de lucir la gloriosa de Boca en primera”.
Giusseppe festejó con su hijo el acontecimiento y pensó enseguida “le tengo que actualizar las botas”. En su debut en tercera contra San Lorenzo, el delantero centro Giussepino Tortoni hizo cuatro goles y sus compañeros lo sacaron en hombros de la cancha. “El Gráfico” le dedicó una página nominándolo como una de las más firmes promesas del fútbol argentino preguntándose el cronista qué esperaba el entrenador del primer equipo para hacerle debutar en primera.
Finalmente llegó el gran día. Giussepino Tortoni fue convocado por el entrenador del primer equipo de Boca cuando en la tercera fecha del campeonato debía enfrentarse a Racing Club. La noche anterior al gran debut apenas si pudo pegar un ojo. Soñó y en su sueño veía que sus botas de repente se convertían en dos enormes cisnes que lo elevaban por encima del estadio, desde donde podía ver y escuchar a la multitud que dando pequeños saltos coreaban en cánticos su nombre, “¡Piiiiinoooo... Piiiiinooooo!”. Enseguida después de aquella visión aérea de “La Bombonera”, los cisnes lo devolvían al campo ante el delirio de la gente, y ya en área, tras una asistencia perfecta de Riquelme desde la izquierda, él daba un salto en el espacio y de magistral chilena clavaba la pelota en el ángulo derecho del arco de Racing. Lo despertó de golpe su propio grito festejando el gol. Disfrutando aún de su bello sueño se volvió a dormir. Por la mañana, Pino, como le llamaban familiarmente sus compañeros, se levantó temprano como siempre, se metió en su chandal, se calzó unas cómodas zapatillas y salió a correr como lo hacía cada mañana desde que jugaba en Boca. Como la noticia de su convocatoria ya era “voce populi” en el barrio, los vecinos le saludaron con voces de ánimo para su compromiso de la tarde.
Regresó a su casa, se duchó, y cuando salió de la ducha su padre lo estaba esperando con un par de botas nuevas en la mano. “Hijo mío, ha llegado el gran día que todos hemos esperado desde siempre, tu debut en primera, y aquí están tus nuevas botas, son las mejores que jamás hice y sé que te darán los goles que esperamos todos”. “Parece como que tienen pelos por fuera”, dijo Giusseppino. “Sí, porque están hechas con piel de carpincho, una de las pieles más finas, suaves y moldeables que existen para el calzado. Ya verás cómo se adaptan al pie ni bien te las pongas. Estaremos tu tío y yo como siempre animándote desde la tribuna”, dijo su padre.
El muchacho metió las botas en su bolsa de deporte. Agradeció a su padre con un beso, le dio otro a su madre y salió hacia “La Bombonera”. Se detuvo un momento en la esquina frente al bar de Carlitos y miró hacia arriba la estructura del mítico estadio, y al hacerlo le pareció ver un par de cisnes blancos volando sobre el campo. Espejismos, pensó recordando su sueño, ya que los sueños sueños son. De todas formas esta cancha tiene magia. Pino estaba seguro de que hoy toda aquella magia iba a ser suya y a partir de hoy lo sería para siempre. Cruzó la calle y entró en el estadio. Se dirigió directamente al vestuario de primera.
Allí se encontró con Samuel, el formidable defensa que como él también había llegado temprano aquel domingo. “Bienvenido, pibe, todos llegamos retemprano el primer día en primera. Ojalá que el Míster te ponga hoy porque el partido promete, ya que Racing viene jugando bien y necesitamos un goleador como vos. ¡Te deseo suerte!”. Pino agradeció el buen deseo. Sobre los bancos del vestuario el utilero había colocado el equipo de cada jugador con su nombre, y sintió un especial estremecimiento cuando leyó el suyo entre todos: Pino Tortoni. El equipo tenía camiseta, pantalón corto, medias “tobilleras”, un par de largas vendas para ajustar los pies al botín, que es como en Argentina llaman a las botas de fútbol, y un par de botas marca Adidas. Todo el equipo era de la marca que se leía con claridad, Adidas, y por supuesto con los clásicos colores de Boca azul y oro. Pino dejó su bolsa en el suelo, sacó sus botas, se las calzó y guardó las Adidas en su bolsa. Al rato, alrededor de las tres, es decir, un par de horas antes del partido, empezaron a llegar los jugadores habituales de Boca. Los colombianos Bermúdez y Serna, Riquelme, Cañas, etc... El vestuario entonces se pobló de charlas, risas, bromas, comentarios, anécdotas. El silencio regresó de golpe cuando entró Bianchi. Saludó a todos y se dirigió a una pizarra y comenzó a escribir la alineación. Pino se sintió un poco decepcionado cuando vio que su nombre no estaba en la alineación inicial. Se quedó en silencio sin preguntar ni decir nada. Sabía muy bien que la ley del vestuario es que ante la alineación que hace el “Míster” ni se pregunta ni se reclama. Asistió pues en silencio a la charla de Bianchi previa a salir al campo, compartió con sus compañeros los gestos de ánimo y se resignó a que su debut en primera fuese haciendo “banco”. A pesar de haber jugado en aquella cancha varias veces en las divisiones inferiores, Pino no pudo reprimir un escalofrío cuando saltó al terreno de juego ante el bramido ensordecedor de las tribunas repletas de gente. Comenzó el partido y no empezó bien para Boca. A poco de comenzar, un error de la defensa propició el primer gol de Racing. El estadio enmudeció. Comenzaron a sucederse los minutos y así se llegó al descanso con el resultado de Boca cero, Racing uno. Bianchi, preocupado por el resultado, dio algunas instrucciones, especialmente a los laterales, “por los laterales el equipo es un colador, más concentración, por favor”. Se dirigió entonces a Pino y le dijo “pibe, esté preparado porque va a salir en el segundo tiempo".
Al comienzo del segundo tiempo un fallo del lateral izquierdo generó un centro al área y en su intento de despeje Bermúdez casi la metió en propia meta. Boca perdía uno a cero y en el estadio sólo se oían los cánticos de la hinchada de Racing . “Pibe, caliente que va a salir”, dijo Bianchi, y Pino saltó como un resorte y comenzó a correr las bandas para entrar en calor. Miró hacia la tribuna y creyó por un momento ver a su padre y a su tío abrazándose. Estiró bien sus músculos y ganó nuevamente el banquillo. “Vamos pibe, quítese el chandal que va a remplazar a Palermo, muévase en el borde del área y trate de pescar lo que pueda, y usted puede”. La pelota salió y Pino saltó al campo respondiendo a la orden de Bianchi.
Palermo al salir le deseó suerte. Se paró al borde del área de Racing. Bermúdez se la dio a Serna y éste de primer toque a Riquelme, quien levantó la cabeza y con un toque templado y a media altura se la puso a Pino. Éste al verla venir se tiró hacia atrás como dejándose caer y la calzó justo de costado para colocarla en al ángulo contrario lejos del arquero. Golazo que festejó la parroquia. Pino había empatado el partido.
Cuando faltaban dos minutos para que se cumpliera el tiempo reglamentario, Pino paró con el pecho un despeje del arquero a la altura del círculo central, levantó la cabeza y se lanzó como una bala hacia el arco contrario, le salieron los pivotes y los medios y él con una finta aquí y otra más allá y a una velocidad de vértigo fue dejando atrás a todos con la pelota pegada al pie, aguantó la entrada del central al que también eludió dejándolo en el suelo y encaró el arco. Ya estaba en el área, el arquero salió a cubrirlo y de un suave toque lo dejó también en el suelo y ya con el arco vacío la tocó y el estadio estalló en un alarido ensordecedor. Dos a uno con dos fabulosos goles del debutante Pino Tortoni. Afónico, Quique Wolff al micrófono transmitía lo que para él era lo más grande que había visto después de Maradona. Al unísono todas las emisoras coincidían en asegurar el nacimiento de una nueva súper estrella del fútbol. Cuando terminó el partido Bianchi lo felicitó y todos los compañeros querían abrazarlo. Ya en la ducha Pino pudo comprobar que el semblante de sus compañeros había cambiado con respecto a él. Todos lo miraban con admiración y no dejaban de comentar sobre todo el segundo gol. Lo comparaban con el de Diego a Inglaterra. Pino agradecía con sincera humildad diciendo que el triunfo era de todos y que sin sus compañeros no hubiera sido posible. Al día siguiente los periódicos no le mezquinaron elogios descubriendo en él a una nueva esperanza del fútbol argentino. Todos festejaban el acierto de Bianchi de sacarlo justo a tiempo y de haberse “jugado” por un chico de la cantera. Cuando Pino llegó al barrio éste estaba alborotado, tanto que le costó entrar en su casa donde su familia le esperaba para recibirlo como un gran triunfador. Su padre le abrazó con lágrimas en los ojos y también su madre y su tío. Pino iba de abrazo en abrazo cuando sonó el primer “pum” de la primera botella de champán que se abría. Él les agradeció a todos, pero necesitaba estar solo en su cuarto para rememorar todo lo vivido. Se despidió alegando un lógico cansancio y se metió en su cuarto. Allí a solas consigo mismo comenzó a sollozar de alegría. Lo que tanto había deseado y soñado lo había conseguido, había jugado en la primera de Boca y la gente había coreado su nombre. Al día siguiente un periodista de “El Gráfico” le hizo una entrevista en la que Pino dijo entre otras cosas que sus goles se debían a las botas mágicas que le hacía su padre. El periodista aceptó aquello como una broma, incluso habló del buen sentido del humor que la nueva estrella tenía. Después de la entrevista Pino fue, como era su obligación, al entrenamiento. Los compañeros lo recibieron con vivas muestras de admiración y afecto. Bianchi por su parte le pidió que entrenara fuerte porque el domingo que viene sale de titular. Así que el domingo siguiente se jugaba con Rosario Central en Rosario. Boca ganó cuatro a uno y Pino hizo su primer triplete, tres goles de magnífica factura y, por supuesto, su actuación volvió a disparar los halagos en todos los medios y ya “Clarín” puso su foto en portada con un titular que rezaba “Pino Tortoni, corazón de Boca”. La fama de Pino siguió creciendo como crecía su efectividad en cada encuentro. Llegó entonces el gran clásico contra River en el monumental de Núñez. Pino metió dos goles con los que Boca le ganó a River en su propia cancha. Todo transcurría entre alegrías, halagos y felicitaciones. Al día siguiente del clásico, durante el entrenamiento le vino a ver un secretario ejecutivo del club. Pidió hablar a solas con Pino en el vestuario.
“Mire Tortoni”, le dijo, “se trata de unas declaraciones que usted hizo en ‘El Gráfico’ sobre las botas mágicas que le hacía su padre. Como usted sabe el club tiene como sponsor a la marca Adidas y todos los jugadores deben usar material de esta marca. Como se puede imaginar sus declaraciones no han caído nada bien a los directivos de Adidas y piden una rectificación pública, para ello le hemos organizado otra entrevista con la misma revista en donde usted debe retractarse diciendo que sus botas son de Adidas y no las que le hace su padre. Esto es algo sumamente importante, pues esa marca aporta una muy importante suma de dinero al club y es algo que debemos cuidar con mucho celo”. Pino no daba crédito a lo que estaba oyendo y sólo atinó a decir, “pero señor, yo desde que empecé a jugar al fútbol desde chico utilizo las botas que me hace mi padre y le puedo asegurar que son mi cábala, es más, yo le aseguro a usted que si no puedo usarlas dejaré de hacer goles y eso irá en perjuicio del club”. “Nada, nada, usted debe rectificar en esta nueva entrevista diciendo que aquello fue una broma y que realmente usted usa botas Adidas”. “Mire, señor”, dijo Pino, “usted me está pidiendo que mienta y eso es algo que desde niño me inculcaron que no se debe hacer por respeto a uno mismo”. “Usted verá cómo hace, pero si no utiliza las botas Adidas, Bianchi no tendrá más remedio que apartarle del equipo y nosotros entenderemos esa actitud como un acto de indisciplina que podría dar lugar incluso a una importante multa económica”. Pino volvió al entrenamiento vivamente contrariado. Bianchi se dio cuenta, lo apartó a un costado del campo y le dijo “a ver pibe, qué pasó que lo veo tristón y distraído”. Pino le contó la charla con el directivo y Bianchi con una palmadita en la espalda le dijo “pibe, un poeta argentino, Almafuerte, dijo en uno de sus versos que ‘también para ser santo hay que ser listo’ y vaya si tenía razón. Yo le aconsejo que no pierda de vista esa frase. Piénselo”. Aquel día cuando Pino regresó a su casa se encerró con su padre en su cuarto y le contó lo hablado con el ejecutivo de Boca. “Papá, yo no puedo jugar con otras botas que no sean las tuyas. Estoy seguro de que con las Adidas no voy a meter más goles, porque son tus botas las que hacen los goles, son tan buenas que es como si solitas volarán buscando el arco y rematando a gol”.
“No, Pino”, dijo su padre, “no son las botas, ellas no tienen talento, el talento es tuyo y no de las botas. Vas a hacer goles con las Adidas, o las de cualquier otra marca. No son las botas sino quien las calza. Lo que pasa, Pino, es que tú eres como todos los jugadores un poco supersticioso y crees que las botas lo hacen todo, pero no es así, algunos muerden la hierba cuando salen al campo, otros se persignan, otros dan dos o tres saltitos, otros se tocan sus atributos, y a ti se te ha dado por pensar que sin mis botas no vas a ser el jugador brillante que eres. Haz una prueba, juega el domingo con las Adidas y después hablamos”.
Boca jugaba contra Estudiantes y los Pinchas venían jugando bien y ganando. Aquel domingo Boca perdió en “La Bombonera” dos a cero y Pino no la vio en todo el partido, tanto, que mediado el segundo tiempo Bianchi lo cambió. Al siguiente domingo Pino volvió a jugar con las Adidas y si bien Boca le ganó a Platense lo hizo con un gol de Palermo. Aquel día Pino jugó algo más retrasado en la media punta y si bien tuvo un par de oportunidades de marcar, sus disparos fueron muy desviados. Bianchi en los entrenamientos siguientes le exigió a Pino, primero más concentración, y luego tratar de ajustar más los pases. No faltó quien en los medios comentara que el fenómeno Pino Tortoni se estaba desinflando y que no era tanto como habían todos esperado. En los entrenamientos con las botas de su padre se cansaba de hacer goles, sin embargo, en los partidos oficiales no había manera de que volviera a marcar un gol. Se acercaba el otro clásico con Independiente en Avellaneda. Los rojos se jactaban de tener de hijos a los de Boca. El día anterior al partido Pino volvió a hablar con Bianchi y le rogó que sin decir nada a nadie lo dejara jugar al menos aquel partido con sus botas y no con las Adidas. Bianchi asintió, entre otras cosas, porque Boca había caído al quinto puesto de la clasificación y aquel partido podía ser definitivo para volver a los primeros puestos de la tabla. En el vestuario Pino sacó sus botas y guardó las Adidas en su lugar y salió a la cancha. El ambiente era infernal, las gradas totalmente llenas de gente que al salir le gritaban de todo menos bonitos. Efectivamente parecía como si las botas volaran hacia el arco. Pino hizo su segundo triplete y Boca le ganó a Independiente tres a cero. No faltó el periodista que descubrió que no jugaba con las clásicas Adidas y además de publicarlo tejió todo un mito alrededor del asunto diciendo que las mágicas botas de los goles de oro de Pino Tortoni no eran Adidas sino que se las hacía su padre con piel de canguro viudo y una buena sarta de tonterías más. Aquello cayó como una bomba en el club y en esta ocasión fue el Presidente quien lo llamó a su despacho para exigirle una explicación. Pino le explicó a Macri que la causa del bajón de juego que había tenido en los últimos encuentros era debido a que le obligaban a jugar con unas botas que no eran las suyas. “Créame, señor Presidente, cuando juego con las Adidas siento como si me amarraran al campo sin permitir que me mueva con la agilidad que es habitual en mí, incluso cuando remato al arco siento como si las botas tiraran la pelota afuera”. “Mire Pino”, le dijo el Presidente, “yo comprendo que ustedes los jugadores sean un poco especiales, pero eso que me dice me parece tan absurdo que tengo la sensación de que me quiere tomar el pelo”. Pino se quedó mudo ante aquellas palabras del presidente y de pronto tuvo una inspiración para defender su postura, recordó lo que le había dicho Bianchi. “También para ser santo hay que ser listo” y le dijo a Macri: “creo, señor, que usted podría negociar con Adidas dos cosas, una que yo pueda seguir jugando con mis botas por una sencilla razón: yo seguiré metiendo goles y usted cuando sea oportuno negociará mi pase a algún club europeo por muchísimo dinero y eso compensará el enojo de Adidas, y dos, que si estos señores quieren pueden negociar con mi padre para que él les fabrique las botas que llevarían mi nombre además de la marca”. Macri consideró inteligente la postura del muchacho y aceptó satisfecho la sugerencia y dio por terminada la reunión ratificando que podía seguir usando aquellas botas que el periodista había calificado como “Las botas de los goles de oro”.
EPÍLOGO
Boca repitió título de campeón ese año y Pino fue el goleador del campeonato doblando la marca de su seguidor más inmediato. Al finalizar el campeonato varios equipos europeos manifestaron su interés por el goleador y curiosamente la Fiorentina consiguió el pase y Pino Tortoni se incorporó a la disciplina de la “Fiore” por una generosa suma de millones de dólares. Su paso por el fútbol italiano sería motivo para sumarle a este relato una segunda parte que el autor prefiere por ahora dejar en el aire.
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