LLUVIA DE ESTRELLAS. Tercera parte
Le despertó el timbre agudo de su teléfono sonando. Confundido por su abrupto despertar, vestido aún como había llegado la tarde noche anterior, se sentó en la cama y respondió a la llamada. Le llamaban de Antena 3. Una voz femenina que dijo ser la secretaria del director general le pedía, por favor, que se dirigiera lo antes posible a la emisora pues necesitaban tener una reunión con él. Le esperarían en el despacho del director general. Pepín se desvistió, se metió en la ducha y se vistió nuevamente. Al ponerse la chaqueta notó algo extraño en su bolsillo derecho. Se fijó bien en detalle y tuvo un sobresalto. En la parte inferior del bolsillo había una pequeña y casi imperceptible perforación, como si hubiera sido hecha por un cigarrillo. Esto lo produjo la bala, pensó, y sintió como un ligero temblequeo en sus piernas. Bebió un poco de café y salió hacia San Sebastián de los Reyes, es decir, Antena 3. Durante el viaje le llamó nuevamente la secretaria del director y por ello no se sorprendió cuando al llegar la secretaria lo estaba esperando en la puerta principal. Lo acompañó hasta el despacho y lo hizo pasar. Sentados en unos cómodos sillones había un grupo de personas que le esperaban. El director hizo las presentaciones de rigor. “Estos señores son de Argoitia Producciones, responsables de la presencia de Luis Miguel en España, son los empresarios que lo han contratado para realizar sus presentaciones en la plaza de Las Ventas este fin de semana. Como usted debe saber el papel se ha agotado por completo para los tres conciertos, es decir, se han vendido las setenta y cinco mil entradas que salieron a la venta, todo un récord, por cierto. Como usted también seguramente debe saber, ayer en El Corte Inglés durante la firma de discos de Luis Miguel ha habido disturbios”. Pepín sintió un escalofrío. “Micky, como llamamos familiarmente a Luis, agobiado por la avalancha de gente más las muchas horas de viaje para llegar a España y los cambios horarios, sufrió un desmayo y tuvo que ser hospitalizado. Y pese a que los medios dicen que ya está restablecido, la verdad es que no es así. El asunto es bastante más serio que lo que parece”. Pepín volvió a sentir un escalofrío que le recorrió la medula espinal. “La cuestión es que Luis Miguel no está en condiciones de poder actuar ni mañana ni pasado y creemos que ni tampoco el tercer día. Como comprenderá, Pepín, estamos ante un problema de extrema gravedad. Lo natural sería suspender, pero no vemos la manera de devolver con ciertas garantías de éxito las setenta y cinco mil entradas vendidas. Ante semejante dilema hemos recordado su notable parecido físico con el cantante y su asombrosa capacidad de imitarlo y queremos que ocupe su lugar, mañana, pasado y el domingo.
Pepín no daba crédito a lo que estaba oyendo. Se puso en pie y comenzó a caminar en redondo por la estancia refregando nervioso sus manos. Todos le miraban expectantes. Deteniéndose dijo: “Señores, lo que me proponen es una estafa y en consecuencia un delito. ¿Qué sucedería si alguien se da cuenta? Se imaginan ustedes el escándalo que eso supondría y la que puede armarse allí, y no lo digo por mi seguridad personal por la que seguramente ya habrán tomado precauciones de asegurarla”. “Naturalmente”, dijeron al unísono los señores de Argoitia Producciones.
“Seguramente también”, prosiguió Pepín, “ya habrán previsto los ensayos y habrán convencido también a la maquilladora de esta casa para que realice el trabajo. Pero, ¿cómo resuelven la cuestión del entorno más cercano a Luis Miguel?”.
“Ya está resuelto”, contestaron los productores con seguridad. Alex Galindo, su manager personal, y Freddy Milano, su director musical, han visto repetidamente sus actuaciones en “Lluvia de estrellas” y ya están al tanto del asunto y de acuerdo con nosotros”. En sus rostros se notaba claramente la ansiedad y la incertidumbre por la respuesta de Pepín. “El escándalo real” dijo uno de ellos “puede organizarse en la devolución de entradas si suspendiéramos, y además del gran perjuicio económico que significaría, la imagen de Luis Miguel sufriría un mal irreversible. Imagínese, las primeras actuaciones de este hombre en España y deben suspenderse con escándalo”.
“Imagínese usted”, respondió Pepín, “si algún periodista o alguien se da cuenta y da la voz de alarma. Para él sería fatal y para mi la cárcel sin paliativos”.
“Señores”, dijo el director de Antena 3, “no saquemos las cosas de quicio. Usted, Pepín, durante varias semanas participó en ‘Lluvia de estrellas’ y ganó el concurso cantando y actuando como Luis Miguel. Ahora estos amigos le piden que lo haga durante tres días más y eso es todo”.
“Comprenda, Pepín”, dijo uno de los productores, “que se trata de una emergencia, y además le compensaremos económicamente con amplia generosidad, es más, le daremos lo que nos pida, pero por favor acepte”.
A Pepín le picaba una pregunta que finalmente se atrevió a lanzar.
“Está bien, señores, estoy dispuesto a correr el riesgo. Quiero que quede claro que no lo hago por dinero, sino por el prestigio de mi admirado Luis Miguel. Pero quiero saber qué es lo que realmente pasa con él”. “La verdad”, dijo el señor Argoitia, “es que ayer durante el tumulto en El Corte Inglés, un desaprensivo le disparó un tiro a quemarropa y ahora mismo está debatiéndose entre la vida y la muerte”. A Pepín se le aflojaron las piernas y a punto estuvo de dar un grito diciendo que ese desaprensivo que había disparado era él, pero se contuvo y sacando fuerzas de flaqueza y haciendo gala de un cinismo impropio de él preguntó: “¿Quién ha sido?”. “No se sabe aún, pues el tumulto fue muy grande y quien lo hizo se perdió en la multitud, pero ya caerá. Al parecer la policía cree que pudo haber sido alguien que envidiaba al cantante y esa envidia se convirtió en odio hasta planear matarlo a sangre fría y seguramente por ese rumbo derivará la investigación”.
Pepín sintió que un temblor extraño le subía por el cuerpo y si no andaba con cuidado los nervios le iban a traicionar.
“Bien, acepto”, dijo cortando por lo sano aquella reflexión sobre el asesinato, “en consecuencia dispongan todo para ensayar y preparar el show”.
“Hay algo más”, dijo el señor Argoitia, “para proteger totalmente esta trama deberá usted permanecer todo el tiempo personalizado como Luis Miguel. Por fortuna su parecido físico con él es asombroso así que bastará con que le tiñan el pelo y poco más. Para evitar susceptibilidades y posibles indiscreciones hemos pensado que una vez terminado el trabajo de las maquilladoras se instale usted en el hotel Eurobuilding en la suite que ocupa Luis Miguel, incluso que utilice su ropa y sus enseres”.
“Damos por sobrentendido que todos los que aquí estamos establecemos a partir de este momento un tácito pacto de absoluto silencio, pues en este asunto nos jugamos todos el cuello por decirlo de alguna manera”. “Significa, Pepín”, dijo el señor Argoitia, “que ni siquiera su familia debe ser puesta al corriente del asunto. Categóricamente nadie debe ni siquiera sospechar la sustitución”. Pepín frunció el ceño, pero asintió con un movimiento de cabeza. “Ahora mismo”, dijo, “llamaré a mi madre y le diré que he recibido una orden urgente de la central en Santander y me han convocado a una reunión en aquella ciudad y que no regresaré hasta el martes o miércoles”. “Bien pensado”, dijo Argoitia. “Para mayor seguridad esta misma noche haremos que Luis Miguel abandone discretamente el país en su avión con destino a Houston en donde será internado en un hospital de aquella ciudad”.
Minutos después Pepín se hallaba como al principio de este relato, sometido a un minucioso trabajo de transformación.
Convertido en Luis Miguel, acompañado por los productores se dirigió hacia la entrada principal donde le esperaba una limousine para trasladarlo al hotel. En el hall principal del canal se produjo un ligero murmullo que indicaba que había sido reconocido. De inmediato se acercaron un par de muchachas a solicitarle su autógrafo. Al llegar al hotel le saludaron afablemente portero, conserje y botones. Éste último le acompañó hasta su suite, le abrió la puerta, recibió una propina y se marchó con un “Buenas noches, don Luis”. En el salón, además de un par de gigantescos ramos de flores, había un bandeja no menos grande de frutas, una mesa bar con varias botellas de whisky, hielera, y un balde con una botella de Dom Perignon enfriándose. Pepín echó un vistazo a todo aquello, tomó algunas uvas de la bandeja y se sentó en uno de los mullidos sillones y se perdió en pensamientos y elucubraciones. Además de un asesino era un impostor, autorizado y justificado pero impostor al fin y al cabo. Cruzó los dedos cuando intuyó que Luis Miguel a esa hora ya estaría volando hacia Houston. “Ojalá lleguen a tiempo para salvarle la vida”.
Pepín se dijo: “aquí me tienes, en la suite de Luis Miguel después de haberle dado un balazo, ocupando su lugar. Tiene razón Rubén Blades cuando dice que ‘la vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida’”.
En esas reflexiones estaba cuando entró en la suite Alex Galindo, el manager del mexicano, y cómplice responsable de aquella impostura.
“Relájate”, le dijo, “y disfruta de esto lo que quieras y como quieras. Recuerda que ahora eres Luis Miguel en todos los sentidos, al menos hasta después de los conciertos. Ahora te aconsejo que tomes una ducha y después nos vamos al ensayo. Hemos conseguido el Teatro Monumental, que tiene un escenario grande para albergar la orquesta sinfónica que te acompañará, perdón, que acompañará a Luis Miguel”.
Pepín pasó al dormitorio de la suite, se desvistió y se metió en la ducha.
Al salir ya seco abrió los armarios que guardaban el lujoso vestuario del astro, escogió un traje beige claro y un polo azul oscuro. Se vistió con aquello que, por cierto, le calzaba perfectamente y salió nuevamente al salón a reunirse con Alex. “Ya estoy listo”, le dijo.
Entraron en el Monumental por la puerta de artistas y se dirigieron de inmediato al escenario en donde Freddy Milano ya estaba ensayando la obertura. En el patio de butacas había un par de cámaras de televisión, seguramente para grabar el ensayo y afinar posibles detalles complementarios. Un técnico de sonido le entregó un micrófono inalámbrico y Freddy Milano atacó con el primer tema, “Inolvidable”. Pepín comenzó a cantar y su voz resonó vigorosa en el teatro vacío y absolutamente nadie, ni músicos ni técnicos, ni apoderado ni empresarios hubieran podido sospechar que aquella prodigiosa voz y forma de cantar no fueran las de Luis Miguel. La gente de Argoitía Producciones se frotó las manos ante aquella primera muestra del sustituto. El ensayo se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Cuando hubieron repasado todo el repertorio lo dieron por finalizado. Musicalmente no había ningún problema. Pepín respondió como un auténtico profesional sustituyendo a la perfección al original.
Aquella noche, Pepín no pudo dormirse enseguida meditando la sucesión alocada de acontecimientos que había vivido. La gran cama “king size” le sobraba por todos lados, pero evidentemente era la más cómoda que había probado jamás. Pensó en su familia, en los amigos del barrio, en sus compañeros del Banco, qué dirían todos si le vieran en aquel hotelazo de tanto lujo; tuvo incluso la tentación de descolgar el teléfono y llamar a Juani o a algún amigo, pero desechó de inmediato la idea pues podría desarticularse toda la trama que de momento le servía para ocultar el haber intentado matar a Luis Miguel. Mientras esto fuera así, nadie le podría acusar de nada porque a la vista de todo el mundo Luis Miguel está aquí, vivito y cantando. Se durmió y el haber pensado fugazmente en Juani volvieron a aparecer sus oníricos fantasmas eróticos.
A pesar de que el primer concierto estaba previsto para las diez de la noche, desde muy temprana hora de la tarde comenzó el trasiego de gente alrededor de la plaza de toros de las Ventas. Como sucede cuando se va a llevar a cabo un espectáculo masivo de público. llámese corrida de toros o encuentro de fútbol o como en este caso un concierto de convocatoria multitudinario, en las aceras del recinto se instalaron pequeños quioscos para vender camisetas con la imagen del ídolo, discos, posters y chucherías con el nombre del protagonista. A medida que se acercaba la hora del concierto las gradas del coso taurino se fueron llenando y la multitud haciéndose más y más impaciente, con aplausos acompasados como reclamándole al reloj más prisa para llegar a las diez. Precisamente cuando dieron las diez de la noche, con la plaza abarrotada de gente se encendieron todas las luces del escenario y la orquesta atacó la obertura al tiempo que el clamor de la gente crecía y crecía. Pepín se persignó y a una orden de Alex entró en el escenario. Los reflectores convergieron en él y el griterío fue ensordecedor; algunas jóvenes quisieron subir al estrado pero los fornidos guardias de seguridad se lo impidieron. Pepín saludaba a la gente con los brazos extendidos como queriendo abrazar a todo el mundo. A la batuta de Freddy Milano, la orquesta atacó entonces con la introducción del primer tema y Pepín empezó a cantar el celebérrimo éxito de Luis Miguel: “En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse”. La híper reconocida canción provocó un auténtico alboroto de aprobación y la plaza entera acompañó la voz del cantante durante todo el tema. Al final, apoteosis. La orquesta, siguiendo el orden establecido por el director, comenzó a tocar la introducción de “La puerta” y la gente, como un coro inmenso, a cantar con Pepín la canción entera. Siguieron “Usted” y “Contigo en la distancia” y “No sé tú”, y el público totalmente entregado coreaba las canciones enteras. Pepín pensó: “Esto es más fácil de lo que yo creía, pues más que yo es la gente la que canta”. Canción a canción se fue desarrollando el programa previsto y al final, atendiendo una insistente demanda popular, Pepín repitió el tema con el que había comenzado el espectáculo, “Inolvidable”. Cuando se retiró del escenario las fuerzas de seguridad tuvieron que actuar con contundencia para evitar que las más exaltadas fans invadieran la escena; se produjo entonces un conato de tumulto tal y como había sucedido en El Corte Inglés. Al igual que en los almacenes se produjeron contusiones, pisotones, escenas de histeria colectiva, empujones, insultos, en fin, lo habitual en este tipo de manifestaciones.
Ya en el camerino, habilitado en uno de los vestuarios de la plaza, Pepín fue recibido por los directivos de Argoitia Producciones, por Alex Galindo y por Freddy Milano con euforia desbordada, abrazos y todo tipo de alabanzas a su labor: “Muchacho, has estado genial, eres la leche, cantas como Dios, eres el mejor”. Pepín los miraba a todos con una cierta mueca de sorna como diciendo: ¿quién es la leche y quién canta como Dios, yo o él?
Al patio interior fueron llegando muchas admiradoras en busca de un autógrafo del ídolo. Alex, hombre ducho en estos trances, organizó para que fueran entrando en grupos de cinco por vez. Luis Miguel las recibiría a todas en el camerino y allí les firmaría esos autógrafos y permitiría que se fotografiaran con él. Las chicas del primer grupo unánimemente quisieron abrazarlo y besarlo y sacarse fotos y Pepín lo permitió divertido; el segundo grupo por igual. Cuando entró el tercer grupo a Pepín se le aflojaron las piernas y se puso pálido como la luna. Entre las cinco muchachas de este grupo estaba su hermana Juani. Se dejó besar por todas procurando relegar a su hermana para atenderla en último lugar; cuando le llegó el turno a Juani, se abrazó a él y al oído le dijo: “farsante, con qué en Santander, eh… ¿qué haces tú aquí?”. Aprovechando la cercanía en el abrazo, Pepín susurrando dijo al oído: “Ahora no puedo hablar, no le digas a nadie que me viste, ya te explicaré todo cuando pueda, ahora hazte la foto conmigo y vete”. Alex, notando la turbación y palidez de Pepín, comprendió que algo grave sucedía y quiso suspender la firma de autógrafos ante la protestas de las muchas admiradoras que aún faltaban por pasar, pero Pepín se lo impidió y así siguió firmando, besando y dejándose fotografiar por espacio de una hora larga. Finalmente la cálida noche de agosto madrileña absorbió al encantado público y a los satisfechos protagonistas. Sólo Pepín no estaba feliz y ante la demanda de Alex le narró el encuentro con su hermana y le manifestó sus temores de que ella lo contara en su casa y a sus amigos, con el consiguiente peligro que eso significaba. Eso estaban hablando cuando sonó el timbre de su teléfono móvil. Pepín con el alma en vilo contestó. Era Juani. Antes que ésta dijera nada Pepín le dijo: “Por favor, Juani, lo que has visto esta noche, no lo has visto jamás; te lo pido como hermano. Esto es algo de extrema gravedad que sólo cuando acabe del todo lo podré contar, pero mientras tanto por favor y por lo que más quieras, mantén la boca cerrada y no se lo digas a nadie, ni siquiera a nuestros padres si es que me quieres volver a ver. En unos días volveré oficialmente de Santander, hablaremos y te contaré todo punto por punto, pero mientras tanto olvídate que me has visto esta noche”. Juani, atónita, prometió no decir nada a nadie y terriblemente confundida sólo acertó a cortar la comunicación.
Mientras tanto Alex, que había escuchado la conversación con muestras de preocupación, interrogó a Pepín con la ansiedad del peligro inminente que significaba la presencia inesperada de su hermana. ¿Sería discreta, o divulgaría todo aquello provocando el tan temido escándalo? Pepín aseguró que confiaba plenamente en su hermana y que nunca le jugaría una mala pasada.
Alex ya calmado y en tono confidencial dijo: “Tu hermana es muy hermosa, es más, yo diría preciosa… ¿tiene novio?”. Pepín, ligeramente picado por un repentino ataque de celos, dijo: “sí lo tiene, su único amor soy yo”.
Los dos conciertos siguientes transcurrieron con idéntico éxito y la crítica fue unánime en reconocer a Luis Miguel como uno de los grandes talentos interpretativos de nuestro tiempo con una voz privilegiada, un atractivo físico envidiable que enloquecía a las mujeres y un excelente gusto en la elección del repertorio. Destacaban además la profesionalidad tanto en los arreglos musicales como en el aspecto visual del escenario.
Al día siguiente del último concierto Pepín quiso regresar ya a su casa, es decir, “regresar oficialmente” de Santander, pero Alex y los productores le recomendaron que no lo hiciera aún, pues todavía quedaban cosas pendientes. Luis Miguel tenía programada una visita al Palacio de la Zarzuela en donde sería recibido por los Reyes, atendiendo un pedido especial de las jóvenes Infantas reales declaradas admiradoras del cantante, y al encuentro acudiría también la prensa. “Además debemos ver de qué manera podemos retribuir el inmenso favor que nos has hecho a nosotros y a Luis Miguel”, dijeron los productores.
Pepín, entonces, dirigiéndose a todos y especialmente a Alex dijo:
“Todos vosotros me habéis halagado durante estos tres o cuatro días que hemos estado juntos compartiendo el éxito y el secreto, pero ninguno de ustedes me ha comentado la evolución del estado de salud de Luis Miguel y a mí me gustaría que no olvidaran que Micky, como vosotros le llamáis, sigue siendo el artista que más admiro, mi favorito, mi ídolo, y tanto, que es sólo por esa admiración que hice lo que hice”. Un denso silencio como de culpa se extendió entre los asistentes y Pepín creyó advertir un cierto sentimiento de culpa en los responsables, como si todo ya fuese agua pasada. “Muy bien”, dijo Pepín, “ya que queréis retribuir mi participación en todo esto…”
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