CORTEZ, DONDE QUIERA QUE VOY por Claudio Surek (Buenos Aires, ARGENTINA )
Dedico este relato a la memoria de mis padres, que fueron quienes me inculcaron (y no les costó demasiado) el amor por este genial hombre de la poesía, el canto y la emoción que es Alberto Cortez.
Si mal no recuerdo corría el año 1987. Alberto había llegado a Buenos Aires para presentar su disco “Como la marea”, tanto en teatro como en televisión. Tenía previsto hacer una grabación en Canal 13, y mi padre, corteziano fanático desde la primera hora, se propuso acercarse al estudio para asistir al programa.
Averiguó día y horario, y una vez que logró ingresar al canal, le pidieron a él y a mi madre que aguardaran al señor Alberto Cortez y a su representante a un costado de la puerta por la que iban a ingresar para dirigirse al camarín.
Entró Alberto, a quien mis padres conocían de tantas noches de saludos en camarines, ferias del libro y otras yerbas, y escuchó el motivo de esa presencia allí. Les pidió que lo tomaran del brazo, uno de cada lado, y caminaron por el pasillo hasta el estudio. Aún hoy, después de haber comentado tantas veces esta historia, cuando llego aquí, a esta imagen, se me hace un nudo en la garganta y se me nublan los ojos.
Un empleado del canal que custodiaba el sector saludó a Alberto y le indicó que ése era el lugar de la grabación. Él le pidió que dejara entrar a mis padres, que eran sus invitados especiales para presenciarla. El custodio le respondió que no admitían público durante las grabaciones. “Pues que venga un supervisor. Si no les permiten entrar yo no hago el programa”. Al poco rato los dos estaban ubicados en el estudio.
Esto me lo contó mi padre esa misma noche, conmovido como pocas veces lo vi, con mi madre como testigo. Y su emoción y la grandeza de Alberto quedaron guardadas para siempre en mí.
En 1986 tuve la fortuna de viajar a Israel, circunstancia en la que pude conocer a algunos familiares con los que hasta ese momento sólo mantenía contacto a la distancia.
Al culminar mi periplo por esas tierras, durante mi larga espera para tomar el avión que me depositaría en París, comenzaron a sonar por los parlantes del aeropuerto los acordes de una versión instrumental orquestada de “A partir de mañana”. Mi primera reacción fue la de buscar con los ojos los parlantes, entre el asombro y la emoción. Evidentemente esa emoción se transmitió a mi rostro, ya que un alto y morocho caballero que se encontraba a mi lado me preguntó en un excelente inglés si me sentía bien. Con mi modestísimo manejo del idioma de Shakespeare sólo atiné a agradecerle y a responderle que sí, que se trataba de algo que difícilmente podría entender. ¿Cómo explicar que en un lugar tan lejano a mi hogar, la música de Alberto se me presentaba como un ángel protector, como la compañía que siempre va con uno, aun en los momentos más inesperados…? De la misma forma que me acompaña y va siempre conmigo, aun en los momentos más inesperados, la visión de mis padres, Mauricio y Berta, caminando del brazo de Alberto Cortez por los pasillos de un canal. Ellos ya no están, pero en relatos como éste se acercan. Gracias por eso al permitirme compartirlo.
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