ENDECHA DEL SOLITARIO por Gonzalo Pereira (Montevideo-URUGUAY)
Alberto Cortez se presentaba en Montevideo allá por la primavera de 1993, creo que con su disco “Aromas”. Compramos las entradas unas semanas antes y con parte de mi familia y dos buenos amigos, Cortezianos todos, sólo nos restaba aguardar la noche del concierto y Disfrutar, reencontrarnos con ese amigo del alma que le canta a todo lo que uno tanto ama y por limitaciones domésticas no puede hacerlo. Hay gente que nace para ser escuchada; otros para escuchar, y me incluyo en el segundo grupo.
Gracias a mi trabajo de esos años tenía vinculación con Abraxas, la productora que lo traía, y me pasaron el dato sobre una conferencia de prensa que daría en el viejo hotel Victoria Plaza, hoy transformado en el Radisson cinco estrellas. Pedimos permiso en nuestros empleos y a media tarde nos fuimos hasta el lugar.
Periodistas por doquier, público en general, y un piso altísimo desde el cual se divisaba la abierta bahía de Montevideo. Nos acomodamos en nuestras sillas, y Alberto comenzó a responder las preguntas de los allí presentes con su claridad de voz, su elocuencia clásica y su pronunciación perfecta. Jamás escuché a un artista en quien la pronunciación de las palabras fuera tan perfecta. Habló de todo: la música, su nuevo disco, los nuevos talentos, la emigración, España y las primeras migraciones de latinoamericanos, Buenos Aires, Rancul, y el significado de cantar en Montevideo una vez más.
Terminó, agradeció, le tomaron unas fotos y se retiró hacia el ascensor acompañado por alguien de la productora y del mismo hotel. Mi amigo y yo nos habíamos acercado hasta el mismo lugar, e increíblemente subimos con él.
Imagino que se dirigía a su habitación, pero éramos nosotros dos, solos, con todo ese gigante, literalmente hablando. Era… un ratito del gigante para nosotros. Mirábamos el suelo y los pisos pasaban. Nadie decía nada. Recuerdo haberle mirado los zapatos, muy grandes, su pantalón, su camisa negra…
Hasta que en un momento levanté la vista y le pregunté algo así como: “Señor Cortez, hay una canción suya que me gusta mucho, “Endecha del solitario”... ¿Qué le inspiró esa letra?”. Y él, muy afable y dándose cuenta del error, me dijo: “esa canción a la que le puse música la escribió Ricardo Nervi… Realmente es muy hermosa”.
Me jacto de conocer bastante la obra de Alberto Cortez, y fue para mí una vergüenza terrible. Hasta el día de hoy es motivo de carcajada de quien compartía también el ascensor el hecho de haber tenido la insólita oportunidad de estar unos minutos con el genial cantautor, y que no se me ocurriera otra cosa más que citarle una canción cuya letra no era suya. Bochornoso, y a la vez… un hermoso recuerdo que quedará para siempre en mí.
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