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CORTEZ , COMO YO TE SIENTO por Jorge Suligoy
    Alberto Cortez, como un duende celoso de sus cualidades mágicas, fue dejando en nuestras vidas mojones de los momentos importantes. Uno por año, uno por cada despedida, uno por cada sueño realizado, uno por cada fracaso aleccionador, en fin, uno por cada cosa que nos tocó en suerte vivir.
    En el verano de 1975, en Misiones, Argentina, sonaba “A mis amigos” en las radios, incluso en los programas de Chamamé (música regional mesopotámica muy pegadiza), y yo con diez años cantaba a toda voz lo que recordaba, y en las partes que no, ejercía una especie de coautoría con Alberto Cortez inventado frases que completaran la bella Obra.
    En el año ‘79 entraba al seminario con todas las intenciones de ser un Sacerdote Misionero. Casi sin entender todo lo que decía cantábamos “A partir de mañana” -es la preferida de mi hijo Imanol que tiene ocho años ahora-, y hoy a la distancia sé que en cada etapa uno va leyendo en estas canciones mensajes personalizados.
    El autor, sabedor del poder que ejerce sobre los demás, en otra canción dice “no admito interferencias de adictos peregrinos que encuentran en mi verso algo más que una rima”, como para poner un equilibrio entre las efímeras pasiones despertadas en los seguidores y las trascendentes conciencias despertadas en el pueblo que lo escucha.
    Escuchamos “Castillos en el aire” dándonos una oportunidad para ver una realidad que nos supera, escondemos y nos agobia. Después de esto, un grupo de seminaristas fuimos a visitar un neuropsiquiátrico, y allí comprobé que nuestra visión sobre este tema había cambiado radicalmente. Ese día fue más didáctico que muchos meses de cátedra académica sobre la tolerancia, el respeto por lo diferente, y nos cuestionamos por un tiempo largo sobre nuestro lugar en le mundo y las palabras “realidad” o “locura” se hicieron, valga la contradicción, de una relatividad absoluta.
    Y llegó en la primavera de 1983 la canción de amor más querida... “Como el primer día”, una demostración precisa de que el amor debe ser tratado con calidez y espontaneidad sin perder el sentido del buen gusto. De una fuente de calidad semejante no se puede esperar otra cosa que excelencia.
    En los años sucesivos pasó lo que tenía que pasar. Era lógico que un dotado por el Don divino de la creación siguiera el derrotero de iluminar las palabras que están ahí, al alcance de todos, pero sólo algunos pueden darles esa disposición que transforma una simple frase en un poema, y distingue en un párrafo verdades y mentiras, dolores y alegrías.
    Es probable que Alberto Cortez tenga una idea de su permanencia en los corazones de los que lo siguen, pero como nos ha dado la posibilidad de personalizar nuestras manifestaciones de gratitud y afecto, puedo decir, Maestro, que usted es parte de nuestra casa, un miembro de nuestra familia.
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