"L`innaccessible ètoile" por Carlos Oviedo
En mi vida he visto alrededor de diez recitales de Alberto Cortez. Estoy lejos de tener el record numérico: recuerdo que un visitante de la página comentaba una vez que lo había visto en cerca de cien oportunidades. Son precisamente esas personas, las que han recibido tantas veces la caricia para el espíritu que significa un concierto de Cortez, las que dan fe de la dificultad de decidirse por una de esas experiencias para compartir públicamente.
A pesar, pues, de que cada uno de los conciertos merecería una mención, la elección recayó sobre ´Cortez acústico´, ofrecido en mi ciudad (Buenos Aires) en septiembre de 2007.
Para que los pacientes lectores puedan comprender lo que significó para mí ese acontecimiento, debo remontarlos al mes de octubre de 2004.
Por aquellos días se cumplía un nuevo aniversario del triste y prematuro fallecimiento del cantautor belga a quien Cortez asigna un lugar de privilegio entre sus mentores: Jacques Brel. Como también yo soy un gran admirador del autor de ´Le plat pays´, me permití sugerir a Alberto que escribiera un comentario sobre él. Así lo hice por medio del libro de visitas de esta página.
Es inimaginable mi sorpresa cuando a los pocos días vi que la sección de comentarios de Alberto Cortez había uno que se titulaba: ´Jacques Brel: a 26 años de su desaparición´. Sin saber siquiera cómo hice para mover los dedos, abrí el artículo y vi que lo primero que decía Cortez era que aceptaba mi sugerencia de escribir el comentario.
Semanas después, Alberto publicó un nuevo comentario titulado ´Jacques Brel, poeta´, con una nueva mención a mi sugerencia. ¿Es necesario que cuente lo que sentí?
Naturalmente, agradecí el detalle por medio del libro de visitas y abrigué el sueño de expresar el agradecimiento en persona. También deseaba obsequiarle la copia de un reportaje radial realizado a Brel en el año 1973.
Entre sueños y realidades, el mes de septiembre de 2007 nos regaló una vez más la presencia de Alberto ansiada por sus muchos admiradores.
No tengo dudas de que esta visita fue para él todavía más importante que muchas otras, ya que lo esperaba una gran distinción: el ser nombrado ´Personalidad destacada de la cultura´.
En mi caso, también la llegada de Alberto tenía un valor especial, ya que a las ansias siempre renovadas de escucharlo en vivo, se agregaba la oportunidad de saludarlo en persona y entregarle en mano mi regalo. Ya sabía que a la salida del espectáculo estaba en venta el CD ´Cortez acústico´, homónimo del espectáculo, y que Alberto lo firmaría a quienes así lo deseáramos.
Ese 8 de septiembre comenzó muy bien: fue un muy lindo día desde el punto de vista climático, lo cual hizo muy agradable la espera de la noche que prometía ser inolvidable y cumplió con creces.
Con un atraso de pocos minutos (que para los presentes parecían una eternidad), el espectáculo comenzó con la calidez de ´Quien quiera beber conmigo´. El programa se integró de aproximadamente veinte canciones entre las cuales estaban las infaltables ´Mi árbol y yo´, ´A mis amigos´, ´Distancia´, ´El abuelo´, ´El amor desolado´, ´Castillos en el aire´, ´A partir de mañana´. De esas ´infaltables´, hubo una gran ausente: ´Qué maravilla´. En el anuncio de ´Alma mía´, Alberto dijo que le debía una canción a su alma. De más está decir que después de haber compuesto ese hermoso tema, esa deuda está por demás saldada. Presentó una canción que todavía no está grabada y que se titula ´Lupita´. Una vez dijo Joan Manuel Serrat que cuando un artista tiene un repertorio clásico con amplia aceptación (caso del catalán y del pampeano), las canciones nuevas juegan de visitantes contra las ya consagradas por el público. Huelga decir que ´Lupita´ pasó esa prueba y puede volver cuando quiera a cualquier concierto de Alberto. También tuve por primera vez el placer de escuchar en vivo ´Tatanito´ y ´Carta a mi viejo´, bellísimos temas compuestos hace tiempo.
El concierto se disfrutó tanto que cuando se acercaba el final, costaba creer que habían pasado cerca de dos horas. Ya mi corazón latía de manera especial mientras palpitaba la llegada de “Cuando un amigo se va”, con cuya interpretación Alberto acostumbra marcar el final de sus espectáculos. El típico sentimiento de no querer que el recital terminara convivía con el deseo de comprar el disco y acercarme al artista para que estampara sobre él la prometida firma.
Y el final llegó justamente con la canción mencionada y la típica terminación sin micrófono, en un despliegue de técnica y expresividad al que el hombre de Rancul nos tiene más que acostumbrados.
Ya con el disco en la mano, me apresté a hacer la fila que ya era muy larga. El clima era todo alegría. Las personas hablábamos de las ansias por tener en la tapa del disco la firma que ya teníamos en el corazón. Durante la espera eché un vistazo a los títulos de las canciones del disco y las empezaba a disfrutar por anticipado. Conversaba con la gente durante la espera y así se hacía menos larga. Me negaba a tomar conciencia de que la distancia física que me separaba de Alberto era cada vez menor. También se imponía la pregunta: “¿Le podré hablar?”; “¿No quedaré paralizado por querer decirle todo a la vez?”. Mientras tanto, los espectadores salían felices del lugar al que yo estaba próximo a entrar.
Cuando llegó mi turno, atravesé la puerta y “allí me estaba esperando como se espera un amigo”. Me recibió con una sonrisa y un cálido “¿Cómo estás?” que me hizo sentir como en mi casa. Le dije que sabía que tenía poco tiempo, pero que le quería comentar algo. Con una nueva sonrisa me hizo sentir invitado a hablar tranquilo. Así fue como le pude decir que yo fui aquel afortunado visitante de la página por cuya sugerencia escribió las notas sobre Jacques Brel. Le pude expresar en persona el agradecimiento hecho en su oportunidad en un mensaje en la página. Le pude entregar el regalo de la nota a “Grand Jacques”. Mientras comparto esto con los lectores, Alberto vuelve a estar frente a mí y a darme las gracias con una ternura “que RECUPERAREMOS cada día más” mientras siga habiendo personas con esa calidad artística y humana.
Llegado el momento de dejar el turno a los muchos admiradores que esperaban, me despedí de Alberto con la misma naturalidad del encuentro y la conversación.
Salí del teatro caminando lentamente, mirando la fila que seguía larga, mirando hacia la puerta que conducía a la mesa donde esperaba el artista, sonriéndome y pensando: “por muchas más visitas, por muchos más premios, por muchas más creaciones..., por mucho más de todo lo bueno”.
Ya en la calle, me seguía acompañando la sonrisa que se negaba a irse por decisión propia y nada del mundo exterior podía sacar de mi rostro. Pasaban por mi mente los versos de Brel: “...pour atteindre l’inaccessible étoile”. En castellano: “para alcanzar la estrella inaccesible”, esa misma estrella que acababa de tocar con mis propias manos al saludar a Alberto Cortez.
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