"Oaxaca, marzo dieciocho" por Héctor Mario Zamora
En ese concierto, Alberto estaba muy sensible. La guerra estaba a punto de ser declarada en Irak. Hizo una pausa y pidió por la paz. De pronto se colocó sus gafas, se sentó frente a un pequeño escritorio en el escenario, y dijo solemnemente:
“Buenos Aires, noviembre veintiséis. Querido Pablo:”, e inició su canción… “Perdí la dirección donde escribirte y en Chile han contestado, que te fuiste quién sabe por qué rumbo… domicilio ignorado…”. Hermoso poema musicalizado, y yo de pie en el escenario, detrás de la cortina.
En mis manos, un diploma de la Universidad Anáhuac de Oaxaca, de la cual yo era rector. No sabía qué decirle que pudiese ser tan sólo una sombra de la admiración que siempre he sentido por nuestro Alberto.
El concierto prosiguió; en una “salida” de escenario me saludó y me preguntó: “¿Me vas a entregar el reconocimiento?, yo te indico cuándo puedas pasar, amigo.” Sólo asentí mientras él retornaba al escenario. Más éxitos cantando, y yo no sabía que decirle. Pensaba que mis hijos, mis amigos y familiares no presentes nunca me creerían que en verdad canté con Alberto Cortez, en el mismo escenario…
De pronto, en medio de los aplausos del “Gracias”, y “otra, otra, otra” del público, me hizo una seña con su mano.
Con aplomo simulado y disimulando la emoción propia del momento, me acerqué al micrófono; él lo ajustó a mi estatura, y regresó a tomar asiento en su famoso banco.
Yo no podía ver al público, sólo apreciaba uno que otro rostro, una que otra risa nerviosa de los amigos que me acompañaban. El silencio que se formó podía casi palparse materialmente. Tomé el diploma, y vi la fecha.
Sólo se me ocurrió decir, con la solemnidad de la que fui capaz: “Oaxaca, marzo dieciocho, dos mil tres. Querido Alberto…”. Mi voz se cortó, porque Alberto soltó una tremenda carcajada, y el público brindó, nos brindó, sonrisas, aplausos, y varios de sus integrantes se pusieron de pie…
Como pude proseguí, al escuchar que la marea del ambiente disminuía… con lo típico… “Alberto, por tu trayectoria… por tu testimonio a favor de la cultura, de la paz, de la unidad de los pueblos…” y no sé qué otras lindas cosas más pude haber dicho… Recibió el diploma, me dio el abrazo del Maestro, del amigo, del agradecimiento sincero…
Salimos del escenario y el público le pidió regresar. Aunque cansado, le dijo a su representante que estaba junto a mí, sosteniendo el diploma que le acababa de obsequiar: “voy a salir otra vez”… El pianista, Ricardo Miralles, quien se colocaba ya su chaqueta, se la quitó nuevamente, sonrió y salieron a deleitarnos con más canciones.
Al despedirse pasó junto a mí, me tomó del hombro y me dijo, “Ven, acompáñanos”. En el camerino se cambió la camisa, se lavó la cara, y salió para la sesión de autógrafos. Una noche maravillosa junto al amigo, junto al hombre, junto al cantante.
Alberto, gracias mil veces por cada nota, por cada letra, por cada disco, por cada recuerdo. Ojalá algún día podamos coincidir, estrecharnos la mano nuevamente, y llamarnos personalmente “amigo”.
Que Dios te bendiga hoy y siempre.
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